Cada virgen de Valderas en su casa y la romería en la de todos

Valderas nunca falla a su cita con la romería de Santa Cruz en la ermita del Otero pero allí este domingo no había nadie y el pueblo estaba tan tranquilo como los últimos 50 días

T. Giganto
04/05/2020
 Actualizado a 04/05/2020
José y Matías, ayer en el Otero con la ermita que guarda a La Pastorcica al fondo. | MAURICIO PEÑA
José y Matías, ayer en el Otero con la ermita que guarda a La Pastorcica al fondo. | MAURICIO PEÑA
No hay cáscaras de avellanas este lunes alrededor de la ermita del Otero de Valderas. Las hierbas, con un verde tan vivo como el sol que ha traído mayo, se levantan estoicas en una explanada teñida también de rojos, amarillos y morados. Nadie puso este domingo sobre ellas una manta ni un mantel para que hoy estuviesen a ras de suelo. No hubo romeros que levantasen ni el más mínimo polvo echando un baile a la sombra de una ermita que ayer tenía las puertas cerradas a cal y canto. Era 3 de mayo, tocaba la romería de Santa Cruz, era día para subir al Otero con la Virgen del Rosario desde la Iglesia de Santa María del Azogue. Era una jornada en la que vestirse de pastores y zagales para rendir homenaje a un oficio que antaño fue el sustento del pueblo, tocaba comer con los amigos, atiborrarse de avellanas y volver al pueblo al sol puesto acompañando a La Pastorcica para que esta pasase unas semanas en el pueblo hasta el lunes después de Pentecostés. Pero este año el calendario queda subordinado a la pandemia del coronavirus. Por eso cada virgen se quedó en su altar y la romería, en casa de todos los que no quisieron olvidarse de la cita comiendo las avellanas que manda la tradición.

Pasadas las doce del mediodía de este domingo, las calles de Valderas estaba desiertas. En la plaza del Consistorio Viejo, de donde cada año sale la romería rumbo al Otero, la vida solo se intuía tras unas ventanas bien abiertas para que entrase el sol. Desde allí hasta la ermita, ni un alma. Y una vez allí, en ese alto desde el que se divisa un vergel de cereales, no sonaba ni la dulzaina ni el tamboril. Los ladridos de Lobo avisaron a José de que llegaba visita.

José tiene en el paraje del Otero un majuelo de vides centenarias que se abren paso a la primavera con un montón de brotes verdes y alguna que otra planta pelada. «Se ve que hubo alguna corriente en una noche fría, y las dejó así», cuenta este valderense poseedor de la sabiduría de los vinos que se hacen en la zona. Barrunta que este será un año de mucha uva y constata que no le ha ido bien a los frutales señalando un peral con mucha hoja y poco fruto. No recuerda un Santa Cruz como este, que hubiera sido bien afortunado por caer en domingo y por el buen tiempo que hizo. «Tengo 64 años y no recuerdo ni un año sin romería», cuenta José junto al caseto de un majuelo donde, de no haber sido por el coronavirus, hubiera estado rodeado de su familia y sus amigos y no solo dando de comer a su perro Lobo. Y si no hay romería de Santa Cruz, tampoco habrá la del Pan y el Queso que se celebra siempre un lunes después de Pentecostés para devolver a cada virgen a su lugar de origen y de paso, compartir otro día de fiesta con los vecinos. «Este año nada», reconoce José negando con la cabeza.

Los valderenses no comieron avellanas en el Otero pero sí en casa, recordando la romeríaNo tarda en llegar Matías, amigo suyo y también valderense. «Esto es una pena», dice contemplando la ermita desolada. La conversación pasa por los pocos contagios de los que han tenido noticia en el pueblo, por lo bueno que está este año el campo, por todas las tareas que quedan pendientes de llevarse en él acabo las próximas semanas y por lo triste que están siendo estos días los funerales en el pueblo. Al final, que no haya romería acaba siendo lo de menos cuando lo que importa es que todos estén bien. «Ya habrá tiempo», reconocen.

– «El año que viene volvéis, que ya tomaremos un vino», dice José despidiéndose.
– «Esperemos».
– «¿Entonces? Claro que sí, hombre», concluye lo suficientemente convencido como para no permitirse uno el llevarle la contraria en un día en el que dejar atrás el Otero da pena por el buen tiempo. Pero no tanta como cuando hay romería: falta el pueblo.
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