05/07/2020
 Actualizado a 05/07/2020
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Me gustaría que alguien me lo explicara. Hablamos de una región dedicada, tradicionalmente y durante la campaña de verano, a la recogida de la fruta y para ello recluta temporeros que acuden desde diferentes países, dispuestos a trabajar intensamente a lo largo de jornadas que supongo agotadoras. Les pagan un salario magro y se ven obligados a vivir, en el mejor de los casos, hacinados en barracones, o en condiciones de dudosa salubridad. Esto es sabido por todos, es decir, por los lugareños, los alcaldes, los empresarios que los contratan y por las autoridades que hacen un seguimiento de las condiciones higiénicas y laborales (es un decir) de los trabajadores, por lo que nadie puede decir que la situación le pilla desprevenido. Pero resulta que no, que en medio de la peor pandemia en siglos todo se desarrolla como si en los últimos meses no hubiese pasado nada y cuando digo nada me refiero, no sé si se acuerdan, a la pandemia y al estado de alarma que hemos sufrido recientemente. Total, que a los pocos días aparecen no sé cuántos infectados y se genera un problema que desde el Ministerio y el gobierno regional empiezan a mirar con ojos vidriosos. Y por eso, llegados a este punto surrealista, quiero que alguien me lo explique. ¿Es todo fruto de una conspiración cósmica, de fuerzas azarosas y sobrenaturales, o más bien de una combinación de codicia, negligencia y estupidez? O expresado de otra manera: ¿en manos de quién estamos? ¿Qué puñetas hemos hecho para dejar que nos traten así? Y lo extraordinario, lo asombroso, es que nos lo cuentan como si no fuera con ellos, como si lo normal es que continúen cayendo sobre nosotros chuzos, púas y calamidades, y que todo aquello que se suponía que habíamos aprendido (cuando mirábamos a los chinos fumigar sus calles y nos encogíamos de hombros) era en realidad una broma. Una broma infinita y siniestra.

No sé, a lo mejor es que nos lo merecemos. Hay gente que vota a partidos que si ejecutasen al pie de la letra su programa económico, vivirían en la miseria. Tampoco es que nos ocurra solo a nosotros: los alemanes, tan cultos y civilizados, no solo votaron a Hitler, sino que lo siguieron con lealtad mientras los arrastraba hacia el delirio y la hecatombe. Ahora ya solo hace falta que en los bares recuperen los palillos sin funda y el serrín para las cáscaras de los mejillones.
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