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Bancos y banquetas

23/01/2023
 Actualizado a 23/01/2023
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Un episodio que fue denominado por la propia empresa «incidencia tecnológica interna» afectó hace unos días a la banca en línea y las oficinas de una entidad de crédito que dejó a cuatro millones de clientes sin acceso a su dinero. Algunos usuarios denunciaron que no podían hacer pagos ni retirar efectivo, empresarios que no podían cobrar en sus tiendas con tarjetas, los impuestos del 20 de enero sin pagar, transferencias sin recibir y una suma de circunstancias que pusieron contra las cuerdas a mucha gente.

Uno de los principales problemas en las empresas en general y la banca en particular es que llevamos tiempo confiando todo a la tecnología mientras se trata de abaratar costes. Y si antes los servicios informáticos y de seguridad costaban diez, a ver si se puede hacer con dos mientras se aconseja o hasta se impone a los clientes el uso de aplicaciones electrónicas y medios digitales aunque no tengan ni idea de cómo usarlos.

Pero lo peor de todo pienso que es la falta de confianza que se genera a los clientes, que lógicamente a partir de hoy harán colas en las sucursales para retirar hasta el último céntimo y cancelar sus contratos porque además de los problemas derivados de estar tres días sin acceder a su dinero, la falta de explicaciones convincentes y la inseguridad son aún más graves. Sobre todo cuando se pagan unas cuotas de mantenimiento por tener una cuenta abierta que se supone que son para eso, mantenimiento.

Esta historia me recuerda la de un empleado de banca que explicaba perfectamente las diferencias entre unos y otros a la hora de captar clientes en los tiempos que en los que en cada pueblo había un banco o caja o dos y en el centro de las ciudades en cada esquina había una oficina, con gente detrás del mostrador con la que tratar y no una máquina.

Él trabajaba en un banco de los de verdad, con trayectoria, sucursales llenas de mármol, letras doradas y rejas de lujo, mientras otros trataban de abrir cartillas en oficinas más modestas. Confianza, cercanía, intereses, dádivas, facilidades y otras razones eran parte del discurso comercial pero el mejor argumento de todos era el que siempre daba: «no se olvide que hay bancos y hay banquetas».
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