29/03/2020
 Actualizado a 29/03/2020
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Pensar, expresarse y hasta actuar con mala baba no es flor de estos tiempos, pero en ellos se hace todavía más insoportable si cabe. No es tanto por el propósito nocivo que entraña como por la viscosidad tóxica que esparce alrededor, tan pudridora al cabo que emponzoña incluso todos los gestos de civismo y solidaridad con que las gentes tratan de resistir y combatir su desazón.

Así se pueden catalogar, desde luego, las más de cien mil denuncias a causa del incumplimiento de las disposiciones salidas del estado de alarma y, más importante aún, de las recomendaciones sanitarias. Así, del mismo modo, todas las teorías conspiratorias, mensajes malintencionados que fluyen en todo tipo de redes, intoxicaciones y otras formas de manipulación de nuestra ansiedad. Y así, por supuesto, la especulación, el acaparamiento y cualquier suerte de encumbrarse sobre la debilidad ajena, ya se trate de particulares, estados, fondos financieros o buitres de toda índole.

Con ser grave todo ello, lo auténticamente inexcusable es la desfachatez con la que se mezcla la justa crítica con esa sustancia mucosa que a ciertos personajes públicos les brota del hocico. En primer lugar porque es una actuación consciente. En segundo porque en muchos casos evidencia la desnudez de argumentos. Y en tercero porque directamente no es de recibo cuando el esfuerzo de todos se dirige a la supervivencia y a la reconstrucción.

Tomemos nota, pues, porque la mala baba, aun siendo natural en el ser humano, en algunos seres humanos al menos, tiene sus antídotos. Uno de ellos, fundamental y al alcance de cualquiera, es la memoria que nos va a ser muy necesaria para no olvidar esta crisis. Y ahora que todo parece conducir nuestra mirada hacia China, más que oportuno nos parece el pensamiento de uno de sus más altos escritores, curiosamente censurado en su propio país, Yan Lianke: «la persona sin memoria es, en esencia, como el madero sin vida; serán el serrucho y el hacha los que determinen su forma futura».
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