27/05/2020
 Actualizado a 27/05/2020
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Fieles a la cita anual, llegaron las «oscuras golondrinas» de G.A. Bécquer. Son poco más que un manojillo de plumas y, sin embargo, los tántalos de la Naturaleza, condenados a volar y volar sin descanso. Cuando alguna de estas aves cae en el suelo, ni siquiera puede alzar el vuelo. Más de una vez encontré en el jardín a una, algo más torpe, que tuve que coger en mis manos para lanzarla al aire de vuelta a la vida.

La retreta de estos meses ha propiciado la expansión de los animales silvestres, que se han paseado, para estirar las patas, por las ciudades de los humanos, desprovistas de ruidos, humos y personas molestas: jabalíes, osos, corzos o raposos. Pero si algo positivo pudiera decirse de esta reclusión forzada por el gobierno o por el miedo a perder esta vida fugaz, y a veces miserable, es la lección sobre unas ilusiones fundadas en lo más superficial: dinero, poder, fama, consumo o sentirse por encima de los demás. Cosas, a las que nos apegamos pero que, como todo, tienen fecha de caducidad. Si aún tienes sentimientos, mira alrededor y piensa en el número de fallecimientos acaecidos. Ley de vida, dice la gente. Ley de irresponsabilidad. Ley de muerte.

La muerte es real y puntual. Siempre ha estado al borde del camino. En otros tiempos la vida de la gente era tan insoportable y de tan escasa esperanza, que la partida era una liberación. Sabían mucho de pestes, aunque la verdadera causa fuera la mugre y condiciones de vida que hacían que cualquier enfermedad fuera letal. La única voz en favor de la limpieza e higiene vino de Rabelais, pero no tuvo mucho eco. No es casualidad que la más importante obra literaria de la Edad Media fuera la Divina Comedia. Un viaje a través de los nueve infiernos, donde se agrupan los pecadores para recibir su eterno castigo. Un retrato tan estremecedor que no tiene parangón con ninguna otra obra literaria o cinematográfica. Sólo, acaso, con el Apocalipsis.

En medio de las brumas, se vivía el Carnaval, que no era una fiesta sino un desahogo de la moral, el poder y la miseria. Y la fiesta más celebrada eran Las Danzas de la Muerte, ante las basílicas y catedrales, que vieron nacer el teatro profano. En círculo, los pobres, señores feudales, reyes, obispos y potestades. Y en el centro una negra sombra, blandiendo la guadaña que iba segando vidas, ante el jolgorio popular. Era la democracia en estado puro. Aunque vimos cómo destacados políticos se han contaminado. Pero, contando con las mejores clínicas privadas y medios avanzados, han salido adelante. Desafiando los riesgos, han aparecido grandes bandadas de jóvenes implumes en calles, plazas y paseos. No se lo reprocho. Es natural que los pájaros quieran salir de su jaula.
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