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Atasco o muerte

14/11/2021
 Actualizado a 14/11/2021
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Andaba el otro día la peña con la indignación de leve a moderada por los atascos en la rotonda de acceso al Leroy Merlin. Hubo quien dijo –desde las instituciones, además– que la solución a todo era la bicicleta. Sin terminar de visualizar cómo se puede transportar un armario de tres cuerpos en una bici, he aquí un par de reflexiones al tuntún sobre las congestiones de vehículos.

Una, por ejemplo, a cuento de lo que escuché una vez al cineasta Ari Folman (‘Vals con Bashir’) como argumento de la superioridad de Tel Aviv respecto a otras ciudades: «Hay atascos los sábados a la una de la madrugada», decía, con los ojos dando vueltas de la emoción. Señal de que es un lugar vibrante, parecía querer decir con la frase. Hay quien disfruta dando vueltas los fines de semana por la noche, buscando un sitio donde aparcar en las zonas de marcha de las ciudades. Cada cual tiene sus aficiones y nadie es quién para censurarlas, pero llama la atención la reciente fijación (a veces, también, desde las instituciones) con los embotellamientos de vehículos como señal de que las cosas van bien.

Por ejemplo, en megaurbes como Los Ángeles se rompen los cuernos durante años para diseñar variantes, radiales y diversos carriles, con el fin de descongestionar el tránsito en los ‘puntos negros’. Por lo visto, el día que se inauguran las nuevas vías, éstas quedan inmediatamente bloqueadas, y las carreteras que se pretendían aliviar siguen exactamente igual que antes. Es decir, fatal. En estos casos, la situación se describe como un problema, no como una pintoresca pincelada local. Sin embargo, lo que es indeseable allí puede resultar deseable acá.

Un atasco en una ciudad como León es una anomalía. La pérdida de población, el envejecimiento y la degradación del tejido económico conllevan un menor movimiento de vehículos motorizados. A veces me paso un rato largo mirando la Ronda Este, contando los coches y camiones que pasan: uno, dos, tres… y discurren dos minutos hasta que llega el cuarto. Una de las ventajas de vivir aquí es que no te quedas calvo de la ansiedad por estar en un ‘trancón’ constante, como dicen en Bogotá. Pero que, de repente, en la incorporación del Parque de la Granja haya una densidad exagerada de automóviles denota que hay movimiento. Y si hay movimiento es que hay gente. Ojalá no hubiese que asociar la vitalidad de una ciudad con el tráfico rodado. Pero, hoy por hoy y en esta tierra, tranquilidad significa muerte.
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