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Asombrarse es la puerta

09/12/2020
 Actualizado a 09/12/2020
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Vamos en busca de musgos que semejen prados, de ramas que parezcan bosques, de piedras que se antojen montañas, elementos para dar paisaje y vida al belén. Volvemos con unas plantas secas que en lo diminuto pueden bien pasar por árboles. Nos cruzamos con Paco que nos dice que se trata de cicuta, de cuyas raíces salió el veneno que apuró Sócrates.

En la esquina del frío, respira una caléndula y tiñe de naranja el aire. No sé cómo lo he hecho, pero, aun sin darme cuenta, ha vuelto a obrarse ese prodigio, inexplicable juego de la oca, que salta de esta caléndula a la caléndula y de la caléndula a la flor. Es el milagro del conocimiento, que es un pasar del particular a los universales y de éstos a los nombres.

Escribir, además de nombrar, tiene algo de salto con tirabuzón, el que avanza de la primavera en la que vive el escritor, que es única y privativa suya, a una primavera compartida, comprendida y vivida por todos los lectores. Leo ‘Primavera extremeña’, al calor del fuego de la chimenea. Afuera, falispea. El frío en los cristales.

Las páginas de este libro de Julio Llamazares más que de palabras están hechas de tardes, de paseos y de flores silvestres, las que él va redescubriendo en esa primavera a la que le desterró un virus y que, probablemente, no había vuelto a vivir desde la infancia. Al escribirla me trae su primavera, mía ya, al leerla, a este primer anuncio del invierno inminente. Al escribir, contar esas dehesas, esas encinas de antes de la Historia, me regala viajar, justo cuando están prohibidos los viajes.

Dice el autor que no es el tema la pandemia, sino la primavera más extraordinaria que ha vivido. Y yo, humildemente, creo que es un libro sobre el ser humano. Un ser humano que debía ser la medida de todas las cosas pero que, desmedido, está a punto de terminar con todo. Sus páginas me transmiten la vulnerabilidad que somos y que habíamos olvidado; el miedo a perder la luz eléctrica, la ignorancia ante una culebra que se esconde. Este reconocernos frágiles lleva en sí el don del asombro, la cualidad más propiamente humana. Habrá esperanza si volvemos a asombrarnos ante la inmensidad del cielo de la noche, ante lo repentino de algunas tormentas y, sobre todo, ante la generosidad de la naturaleza. Humildemente, creo que este libro de Julio Llamazares es una hermosa cura de humildad que, sin pontificar, bien vale como puente hacia una vida buena.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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