10/06/2021
 Actualizado a 11/06/2021
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Todavía te sigo mirando por encima de las gafas, como hacías antaño para mostrar tu enfado si no me portaba como era debido cuando me quedaba con los abuelos en Villaceid. Ahora el cabreo lo tengo yo. El cabreo y la tristeza, porque sigo sin hacerme a la idea de que nos hayas dejado este vacío tan inmenso. Era demasiado pronto, Pano. Pensé que podrías con todo, aunque sabíamos desde hace años cómo se las gasta el puto cáncer.

Teníamos muchas cosas pendientes. Eras un político de los de antes, de raza, pero sobre todo eras mi tío, mi padrino, mi amigo, mi persona favorita para conversar después de dar cuenta de ese arrozón que solo tú eras capaz de preparar. Aunque entre banquete y tertulia no faltaba una buena siesta. «Ay, animalucos», suspiraba tía Mari cuando se asomaba a la puerta del salón secando los platos y nos veía roncando tres minutos después de haber tirado el tenedor.

Los buenos recuerdos empiezan a mitigar mi cabreo, pero era demasiado pronto. La vida te debía unos cuantos años más para disfrutar de tus nietos en el paraíso omañés y de esa felicidad tan distinta a la que durante tantos años te aportaron las horas de trabajo en la Diputación.

Mucha gente se ha acordado de ti estos días, quizá también por la forma que tenías de entender la política. «Ahora no es como antes», te confirmó poco antes de tu partida en el salón de aquellas siestas el presidente de esta nuestra provincia, rival político y sin embargo amigo.

Hacer una obra importante en un pueblo de otro color no estaba prohibido, sino que era necesario para intentar que cambiase a la vuelta de las siguientes elecciones. Y las cuitas internas se dirimían cara a cara con una caldereta de cordero de por medio, no en las redes sociales, las notas de prensa y las reuniones en las que solo están quienes les dan siempre la razón. No sé si sería el buen vino con el que regabas la caldereta o si tendrías que echar mano a la hebilla y amenazar con sacar la petrina, que era el siguiente paso después de mirar por encima de las gafas cuando te enfadabas con tu ahijado, pero lo cierto es que todos salían pensando que se habían quedado con la mejor tajada.

En política nada es como antes y en la vida, a partir de ahora, para mí, tampoco.
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