03/10/2021
 Actualizado a 03/10/2021
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Se puede pasar por la vida sin haber dado jamás ni una sola voz más alta que otra y que todos los que te trataron recuerden siempre tus palabras sosegadas, para alabar o reconvenir. Ni una salida de tono. Cuando ya las nubes del olvido más absoluto se habían instalado en tu cerebro hubo un momento que pareciste entender una noticia alegre y dijiste con una claridad que ya no tenían tus palabras: «¡Arrea!». Y sonrieron a tu alrededor pues era el taco más fuerte que se te había escuchado.

Se puede ser un hombre hecho a uno mismo sin necesidad de hagiografías interesadas. Salir de la dificultad y la persecución, avanzar por caminos de espinas, formarse en las noches de espera y esperanza e ir creciendo a base de ser un tipo de ley, de los que jamás te vana dejar tirado.

Se puede uno jubilar en esos trabajos en los que es obligado ser educado, escuchar... y seguir siendo el mismo caballero andante sin ninguna necesidad pues no era impostura sino naturaleza, el traje que habías decidido llevar todos los días del año.

Se puede pensar lo contrario que la mayoría de tus clientes, creer en lo contrario que ellos, y jamás lo notaron ni lo intuyeron, pues las creencias eran para tí y ‘los mandamientos’ agnósticos para los tuyos.

Se puede ser del Atleti, a muerte, sin ninguna estridencia, pero dejándolo claro cuando en los bolsos del traje con el que ibas al fuego final aparece el legado que dejabas como herencia para el nieto al que hiciste de tu Atleti:el carnet de socio de los años 60, firmado por el mismísimo Vicente Calderón.

Siempre merece la pena dejar un recuerdo así, aunque durante varios años de tu vida, el mal fario te haya quitado hasta la posibilidad de recordar quién eres, qué has hecho, cómo lo has hecho, te hayas ido a ese silencio que tanto te gustaba, sólo superado por lo que más tardó en abandonarte: la música.

Se puede, no es nada fácil, pero se puede porque lo has hecho, Vicente, y al leerlo dirías con claridad: «Arrea».
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