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Árboles y aceras

30/08/2021
 Actualizado a 30/08/2021
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La idea de que el lugar que se habita condiciona a los que viven en él es tan antigua como el ser humano. El entorno modela a las personas que tratan de modelar el entorno. Presentada así la cuestión suena primitiva, arcaica, paleolítica, tres mil años alejada de la precisión logarítmica que alcanzan hoy el diseño urbano, la ordenación del territorio o las políticas de cohesión. Dicho de otra forma, han evolucionado las técnicas para el troceado del mundo más allá del foso y el muro, pero el resultado sigue siendo el mismo, beneficiados y perjudicados, nuevos conflictos, agravamientos de otros y pocas soluciones. El fenómeno tiene lugar a cualquier escala, desde guerras enquistadas fruto de la descolonización, pasando por los más diversos desequilibrios económicos en prácticamente cualquier país, a los enfrentamientos por una granja más o menos cerca del chalé.

La sutileza de estas decisiones sobre grandes infraestructuras o pequeños bordillos se ha refinado hasta quedarse en un cable o incluso unas ondas. Por ejemplo, la brecha digital divide más que una autopista o un embalse. Además, prácticamente invisibles, como la conexión, las zanjas se van cavando en boletines oficiales digitales, plataformas de contratación y administraciones electrónicas. Para cuando llegan las máquinas –o cuando no lo hacen– la obra ya está fraguada; Y para cuando la indignación salta de las redes a la realidad, las máquinas ya han acabado.

Tanta complejidad para teorizar sobre el disgusto de los vecinos que se encontraron a la retro arrancando los árboles que llevaban décadas cuidando. Ahora hay una acera con todos los servicios listos para el enganche y nuevas parcelas disponibles mientras se siguen cayendo casas. Todavía no se sabe quién las va a comprar y puede que se pasen esperando los mismos años que estuvieron medrando aquellos árboles.
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