Arbolario

"Los bosques usan un lenguaje propio, de conversaciones lentas, maneras pausadas, gestos contenidos. Son universos más restringidos que el humano, pero de mayor alcance"

Casimiro Martinferre
04/10/2015
 Actualizado a 13/09/2019
Arbolario. | CASIMIRO MARTINFERRE
Arbolario. | CASIMIRO MARTINFERRE
En invierno, puedes descubrir raras creaciones si miras hacia las copas de la floresta. Cada bosque tiene su personalidad. Las alisedas, acompañan a las rumorosas y saltarinas corrientes de agua en su trajinar, este motivo las convierte en alegres.

El bosque es un oráculo, dentro de él las ramas más altas son pitonisas que responden, previenen, cantan, plañen, o quién sabe cuáles otros recados comunican a quienes sepan interpretarlos. Los bosques conectan el inframundo con lo sideral. Trasladan discursos nacidos en el oscuro entierro, no siempre adversos, pues de las tinieblas también pueden extraerse mensajes felicísimos.

Los bosques usan un lenguaje propio, de conversaciones lentas, maneras pausadas, gestos contenidos. Son universos más restringidos que el humano, pero de mayor alcance. Ya eran perfectos cuando ni siquiera existíamos, y seguirán siéndolo cuando por fortuna nos hayamos desvanecido. Es un mundo de paciencia, de saber estar, de sobrevivir sin alternativa. De ir aguantando, siempre creciendo, al ritmo de la lentitud, del silencio. Y más sabio, con mucho tiempo para meditar.

Ignoro si los árboles tienen alma. Los he remirado y remirado, boquiabierto ante su grave personalidad, completamente obtuso a mayor entendimiento. Soy incapaz de detectársela, debieron atrofiárseme las conexiones extrasensoriales. Comunidades humanas todavía hoy ancladas en una cultura paleolítica, sí la perciben, por eso los consideran hermanos, seres superiores.

Albergarán sentimientos, casi de fijo, aunque serán totalmente distintos a nuestras neuras. Somos muy dados a inocular las propias pasiones a las demás formas de vida. En la actualidad hay progresía que intenta regresar a esos orígenes del respeto. Lo intentan cada fin de semana, días moscosos y fiestas de guardar, pero sin despeinarse la coleta, sin prescindir de sus cosas. En esta época en la que también hemos perdido la capacidad de compasión, nadie quiere prescindir de sus cosas. Pareciera haberse extinguido la moral, vivirse sólo para juntar objetos. Cosas, cosas, cosas, cachivaches, nada que pueda guardarse en las entrañas. Estos voluntariosos montaraces, acuden a escenificar el rito bárbaro cabalgando el híbrido de última generación, con la calefacción programada para que al regreso el piso esté calentito. Van al reencuentro gratuitamente, sin renunciar a nada, fingiendo un papel al modo artificial del titiritero.
Lo quieres todo, sin comprender que eso es tanto como tener nada, humo. No saboreas lo que posees, porque sólo acumulas trastos inanimados, sin sustancia. Ni sientes el espíritu salvaje que anhelas, nunca lo podrás sentir porque ya no lo llevas dentro, lo robaron, te lo extrajeron de las tripas y en su lugar metieron una ameba que va devorándote el corazón.

Torre, febrero de 2011

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