02/03/2020
 Actualizado a 02/03/2020
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Un domingo en casa da para pensar mucho y hacer prácticamente nada. Un día empijamado, que viene de otro prácticamente igual o peor porque sufrí el revés de quien siente que hace más frío en casa que en la calle por mucho que el termostato se empeñe en llevar la contraria a la piel. Un día en el que todavía retumban los bocinazos de los tractores por el centro de la ciudad y en el que la mente insiste en montar un gif con la hilera de vehículos prácticamente rodeando la Junta. Es difícil luchar contra las ideas recurrentes, pero más difícil va a ser que alguien me convenza de que la concentración –la parcelaria, no la que se necesita para escribir esta columna y que no acaba de llegar– trajo dinero no riqueza. A la luz de la situación actual tampoco creo que fuera dinero lo que trajo, o al menos, parece que no ha llegado a los que cultivan las tierras.

Con aquella concentración no se modernizó el regadío, que ya cambia por completo el paisaje, aunque es capaz de mantener la vida en los pueblos, cosa que llegados a este punto es poco menos que un milagro. No sé si será el de la resurrección, pero hay tesoros que será difícil que volvamos a ver como sebes inexpugnables para los que no conocen las gateras, regueros discurriendo entre túneles de zarzas y paleras, una fila de vacas cruzando un camino o unas moras bien gordas imposibles de alcanzar.

Aquí estamos, tecleando en una pantalla donde la caja baja y la caja alta son anacronismos como las sebes o los túneles de zarzas y paleras. Este es el modelo, el de los tractores alemanes y franceses rodeando la delegación territorial y estas letras rebotando en algún bunker de Groenlandia para volver al segundo a León y manchar para siempre unos papeles en una capital donde ya hace mucho que no ven una fila de vacas ni unas moras bien gordas imposibles de alcanzar.
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