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Apreciar lo cotidiano

25/08/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Hace unos días visité Avilés. Me sorprendió comprobar su similitud con nuestra capital leonesa. Dos ciudades de pequeño tamaño pero con un casco histórico de gran importancia. La diferencia es que, en Avilés, han conseguido algo que aquí tenemos todavía como asignatura pendiente; aunar la arquitectura moderna con la antigua. Los edificios modernos del municipio asturiano se fusionan con los históricos, los abrazan sin romper la estética y hacen que resalten aún más. Es fácil encontrarse un edificio residencial de reciente construcción al lado de otro con más de 200 años de solera sin que la mezcla chirríe a la vista.

Me pareció irónico ver a los avilesinos caminando por las calles aparentemente ajenos a lo que les rodea. Chavales echando un cigarro en el pórtico de la Parroquia de San Nicolás de Bari, familias disfrutando de un helado al lado del Conservatorio Municipal Julián Orbón, parejas más pendientes del móvil que de echar un vistazo a su alrededor… Me sorprendí a mí misma pensando que, si viviese en una ciudad como esa, no pasaría ni un solo día sin apreciar la belleza de lo que me rodea. Hasta que me percaté de que ya lo hago.

Quizá los leoneses hemos olvidado lo bonita que es nuestra tierra. Los monumentos y edificios entre los que convivimos podrían perfectamente contar la historia de España etapa por etapa. Tenemos muestras arquitectónicas y artísticas de todas las épocas y ni siquiera sabemos valorarlo a nivel individual. Debemos recuperar esa mirada voraz e impresionable de turista que ha sido borrada por el caos del día a día. Salir cinco minutos antes de casa para dar un agradable paseo admirando fachadas, esculturas y calles. Para los que residimos en León capital, alzar la vista del suelo debería ser una tarea obligatoria. León es mucho más que su Pulchra Leonina, su San Marcos y su San Isidoro. El centro está lleno de espléndidas balconadas, puertas y ventanas con remates o terrazas de ensueño; no levantar la mirada hacia ellos es perderse la mitad de la ciudad. Tampoco hacen falta grandes esfuerzos o costosos guías turísticos. Dar una vuelta al final del día por zonas que tenemos poco exploradas es suficiente, a ser posible, completamente solos. Hay que vencer ese miedo a hacer cosas sin estar acompañado. Tomarnos unos pequeños minutos al día para estar con nosotros mismos, reflexionar y, sobretodo, apreciar lo cotidiano.
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