Antonio Trobajo, una vida rebosante

Gonzalo Flórez
18/07/2020
 Actualizado a 18/07/2020
Corría el año 1973, cuando la revista leonesa ‘Colligite’, después de dieciocho años de vida, iniciaba una nueva etapa tratando de responder a las expectativas de sus lectores. Numerosos suscriptores de España e Hispanoamérica encontraban en ella un ágil medio de información sobre los cambios que se producían en la Iglesia en la época previa y posterior al concilio Vaticano II. Un reducido grupo de incipientes escritores se lanzaba entonces a la empresa de renovar esta revista tanto en la imagen de su portada como en el tratamiento de sus contenidos. Se presentaban en el nº 73, primero de la nueva etapa, secciones fijas encabezadas con títulos como puntos de vista, temas, acontecimientos y fe y cultura. En él aparece un breve punto de vista titulado ‘Se prohíbe soñar’, en el que su autor, Antonio Trobajo, dice: «Anhelamos de veras la aparición de hombres esforzados –tal vez locos– que nos ofrezcan razones poderosas para vivir y motivos para soñar».

Antonio tenía entonces 30 años. Licenciado en teología y lenguas clásicas por la Universidad Pontificia de Salamanca, acababa de hacer los cursos de filología hispánica en la Universidad de Oviedo. Alternando con diversas tareas como profesor de religión y sacerdote, se encarga de la secretaría de Colligite y se ocupa de dos de sus nuevas secciones, ‘la Iglesia en España’ y ‘Fe y cultura’. En la década de los años 70 se produce en España una evolución cultural y social que repercute seriamente en la fisonomía del catolicismo español y que modifica los planteamientos de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Antonio Trobajo se sumerge en la prensa nacional e internacional para dar una visión detallada de los movimientos que repercuten en la realidad social y abre la revista al mundo de las ciencias y de las artes.

La vocación periodística y literaria de Antonio Trobajo no se ve frenada por las nuevas responsabilidades académicas y pastorales que asume a lo largo de la década de los años 80. Su cargo como Vicario General de la Diócesis leonesa lo alterna colaborando asiduamente en la prensa local y en las cadenas de radio. Sus intervenciones públicas descubren sus cualidades como hombre bien informado y dialogante. Su incorporación al Seminario Mayor como Rector y al Centro Superior de Estudios Teológicos de León como profesor de Lengua Latina y Lengua Griega y como Director, le lleva a intensificar sus actividades académicas. Entre sus publicaciones en la revista del CSET, ‘Studium Legionense’, destaca su colaboración en el número extraordinario dedicado en año 1994, a los 25 años de su muerte, a la memoria de quien fue profesor del Seminario de León y eminente crítico literario, Antonio G. de Lama. Sobre él hace una entrañable biografía descubriendo su faceta poética. En el mismo año edita el libro, ‘Antonio G. de Lama. Poesía’.

Su actividad como escritor se centra principalmente en cuestiones relacionadas con la nueva evangelización y la inculturación. Publica en el año 1992 la obra titulada ‘La civilización del amor’; dos años después, ‘Nueva evangelización. Un proyecto práctico’; y en 1997, ‘Las parábolas de la Iglesia’. Su ‘última lectio’, como profesor del CSET, cuya lectura no pudo hacer personalmente por su estado de salud, versa sobre ‘Humanismo clásico y fe cristiana’. Su empeño en destacar las afinidades entre la fe y la cultura se fragua en importantes iniciativas llevadas a cabo en la Diócesis como Vicario episcopal de Relaciones Públicas, entre ellas los periódicos ciclos de conferencias abiertos a todos los públicos. Menos conocidos son sus estudios sobre la obra literaria del obispo de Sevilla, San Isidoro, presentados parcialmente en la página web del 950 aniversario de la Traslación del cuerpo de San Isidoro de Sevilla a León. La flamante revista ‘Catedral de León’ es una de sus últimas iniciativas realizadas siendo deán del Cabildo catedralicio. Con su desaparición, Antonio nos deja la sensación de que todavía podía seguir estando activamente entre nosotros. Pero solo Dios es dueño del día y de la hora. Descanse en paz.
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