Ana Merino y la bondad

Por José Javier Carrasco

27/01/2021
 Actualizado a 27/01/2021
Ana Merino. | XAVIER TORRES-BACCHE (EP)
Ana Merino. | XAVIER TORRES-BACCHE (EP)
La noche que leí los dos primeros capítulos de ‘El mapa de los afectos’ soñé que me encontraba en compañía de una mujer, con la que mantenía una animada conversación. Nos tomábamos un descanso en nuestras confidencias y salíamos a una terraza. Era de noche y en medio de un bosque se alzaba un edificio solitario, muy alto, con la forma de un prisma blanco. Yo comentaba que me recordaba la película ‘2001: Odisea del espacio’. La mujer sonreía y me decía: «Me alegra tenerte en mi libro». La idea de que cualquier libro actúe como un espacio abierto, que nos acoge en su interior, resulta motivadora. Pero lo más llamativo era la forma por la que se había manifestado. En medio de la noche, en un sueño, ante una desconocida, que podría responder al arquetipo del ánima jungiana, aún sugestionado por la imagen del bosque donde da comienzo la novela, soñaba con un edificio que me recordaba el monolito de la película de Kubrick, me situaba ante una forma que simboliza el inicio de todo, también de una obra literaria. Recuerdo que días antes, inmediatamente después de leer los versos de Walt Whitman, «A ti, dentro de un siglo o de muchos siglos, / a ti, que no has nacido, te busco», recogidos en el libro de Jorge Luis Borges, ‘Otras inquisiciones’, una mota de algodón pasó flotando ante mí, perdiéndose en la habitación. Otra casualidad más, igual de inexplicable, como la ocurrida con la novela de Ana Merino, de la que dice en los agradecimientos que debe mucho de su aliento a los veraneos de niña en León. Ante esas extrañas y sorprendentes casualidades que acompañan a la lectura de algunos libros, hechos quizá de la misma materia que los sueños, nos preguntamos perplejos qué nos anuncian, qué revelan. ‘El mapa de los afectos’ es, así todo, una novela desigual, con capítulos muy logrados, sobre todo aquellos en los que la autora emplea su talento lírico para crear imágenes de gran belleza, y otros algo menos conseguidos. Las historias que reúne, que podrían funcionar como relatos independientes, las amalgama el denominador común de ambientarse en un mismo territorio, el Medio Oeste americano, entre gente interrelacionada, y donde ninguna se erige como el hilo conductor del resto, lo que en ocasiones produce una sensación de narración desestructurada que probablemente es un efecto buscado por la autora, más preocupada en dar testimonio de un coro de voces que de recoger una sola voz protagonista. Es la apuesta legítima de Ana Merino, demostrarnos cómo la gente buena abunda y produce «campos de fuerza donde poder cobijar a los demás».
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