27/10/2021
 Actualizado a 27/10/2021
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En los confines del mundo clásico vivían las Amazonas. Unas mujeres belicosas e intratables, que crearon una sociedad femenina y autosuficiente. En sus ciudades, los varones eran sacrificados al nacer, dejando exclusivamente, algunos individuos, como ganadería de sementales. Portaban lanzas y eran muy certeras las flechas de sus arcos. Sin duda más mortíferas y con más puntería que las del atolondrado Cupido. Y, para manejar sus armas, con más destreza y sin impedimentos, se quemaban un pecho. Hay muchos relatos y representaciones de estas amazonas en el arte griego.

Aquellas mitológicas y bravas mujeres, emprendían valientes emboscadas y escaramuzas, para preservar su estatus, frente a los hombres. Simplemente defendían su derecho a vivir a su manera y costumbres, atacando a quien tratara de impedírselo.

Sin duda, es la sociedad perfecta que intentan reproducir algunas feministas intransigentes, movidas por el fanatismo sectario y teledirigido. Las herederas de aquellas heroínas, parecen seguir los mismos desatinados planteamientos. Generalizan y odian porque sí. Sin discriminación, criterios o las diversas personalidades. Todo en el mismo saco. Es la consigna.

Pero los tiempos han cambiado y, ahora, los ataques se hacen desde la comodidad de los despachos oficiales. Un mal llamado ‘ministerio de igualdad’ –qué paradoja– y las élites bien pagadas, que salen como hidras, para confundir y estigmatizar al hombre, por el mero hecho de serlo. La tarea encomendada, es la de sembrar el odio y, en el fondo, la intención velada de defender su estatus, en el ministerio y grupúsculos subvencionados, so pretexto de proteger a la mujer, cuyos derechos nadie cuestiona.

Cierto que nunca faltan desalmados pero, podrían haber empezado por su exlíder –Pablo Iglesias– cuando le dijo a una presentadora que «la azotaría hasta que sangrase». No sería el primero, ni el único caso de violencia de Podemos.

Pues desde este mismo entorno, abundando, la Colau, se ha sacado de la manga un telar de ‘escuela’ para redimir –ella dice reeducar– a los hombres, desde niños y adultos. Seguramente, ya hay gente, de su entorno, babeando para hacer de monitores en ese engendro. No hemos de extrañarnos, desde el momento en que dicen cosas como que el hombre es ‘tóxico’; que «ser hombre es una ficción delirante»; «la heterosexualidad nos mata» (eso sí que no) y otras lindezas. Mejor se aplicaba la alcaldesa, aquello de «conócete a ti misma». Una locura.

Y una vez abierta la brecha, se cuelan otros ejemplares, con la intención de ahondar más en la provocación. Y así, el fichaje de la ministro Montero –Beatriz Gimeno– para complacer a su jefa y otras de esta cuerda, propone (me da asco hasta pensarlo) «la penetración de los hombres para que sientan como las mujeres». Por sus intenciones procaces, ya imagino una larga cola de hombres, en el palacio de congresos –acabada la vacunación– esperando para ser enculados. Sodoma, Gomorra. Barcelona...

Ante esta deriva de procacidad, yo no tengo duda y me inclino por lo natural. Lo que, hace seis siglos dijo Don Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita: «El hombre (genérico) por dos cosas suspira. Por haber que yantar y por holgar con una hembra placentera». Y, es más, con Gonzalo de Berceo, me apuntaría también a «un vaso de buen vino». Porque, entre tanto rencor y tanto odio, aún existe la posibilidad de amar y ser amado.

Como dijo Unamuno: «Homo sum...» «hombre soy –en León paisano– y nada de lo humano me es ajeno» pero, no por ello, tengo que pedir perdón a nadie. Faltaría más.
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