Agur jauna, jauna agur

Agustín Berrueta
05/05/2021
 Actualizado a 05/05/2021
Recibí la llamada que estaba esperando pero que no quería recibir. Lo supe en cuanto vi en el móvil el nombre de quien me llamaba. Sabía lo que iba a decirme: iba a confirmarme que te habías ido. Puedes suponer que no quería descolgar el teléfono pero, por otra parte, pensé que nadie mejor que Tere para entender y compartir la tristeza -gure tristura- de decirte adiós, adiós Iñaki, agur.

Da igual que en los últimos años nos hayamos visto solamente un par de veces y hablado otras tantas. Da igual porque la amistad y el cariño quedaron sellados -sin papeles pero con palabras, sin firmas pero con testigos- hace más de cuarenta años; y, cuando son sinceros, esos sentimientos son para toda la vida.

Imposible contar todos los momentos y anécdotas que vivimos juntos (alguna mejor no, da un poco de pudor recordarla), pero te lo resumiré en una que seguramente tú no recordarás, porque no le dabas importancia: el primer día en que, después de instalarnos en la habitación del Colegio Mayor, me hiciste la pregunta más importante de todas, la que podía definir nuestra relación:

-¿Y tú, dónde vas a potear?
-Bueno, pues cada día a bares diferentes, con gente diferente. ¿Y tú?
-Yo voy a la ruta de siempre, con la pandilla de amigos de siempre. ¡Ven conmigo!

Y fui contigo sin dudarlo. Fui por probar una ruta nueva y por la curiosidad de saber cómo era por dentro esa pandilla de amigos de los que me hablabas. Y aquel día -y todos los que siguieron- me cambiaron la vida, para más y para mejor. Tere estaba allí y puede confirmarlo.

Por cierto, creo que ya es el momento de confesarte un pequeño secreto: los destrozos en tus sábanas y tus mudas no eran por culpa de la lavandería del Colegio..., el culpable era Diógenes, mi hámster, que se escapaba de su jaula por la noche y se metía en tu armario. ¡No te lo podía decír sin que su integridad física corriese peligro! Y, como tú decías: "¡Bastantes problemas tengo yo ya con los estudios!".

También recuerdo perfectamente, años después, el día que me dijiste que habías tenido una hija.

-¡¡Felicidades, Iñaki!! ¿Y cómo se va a llamar?
-Nerea, ¡Nerea!, ¡porque es mía!

Se me escapa la sonrisa cuando recuerdo la expresión exultante de tu cara, rebosante de alegría y de vida. En realidad, se me escapa la sonrisa siempre que te recuerdo.
Estas palabras no expresan la emoción que siento; no pueden expresar la tristeza de tu marcha y tampoco expresan la alegría y la fortuna de haberte conocido, de haberte querido y haber compartido contigo aquellos vinos, aquellos amigos y aquel tramo de vida.

No puedo acabar sin reconocerte la lección final que nos has dado; de entereza, de compostura y de alegría de vivir. Lo has hecho con naturalidad y sin darle importancia. Como entonces, como siempre. Adiós, querido Iñaki, agur jauna. En cuanto supe tu marcha me serví una copa en tu honor, y a partir de ahora puedes estar seguro de que en cada ronda, en cada brindis que haga por la vida, tú estás incluido. ¡Topa!
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