22/08/2021
 Actualizado a 22/08/2021
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Ando obsesionado con una historia. Tal vez lo verdaderamente revolucionario hoy sea callar la ‘bocona’. No pronunciarse. Sobre todo viendo la calidad de las opiniones vertidas sobre diversos temas, en las que además se atisban las circunstancias en las que han sido emitidas: espatarramiento en el sofá o en la cama y con ligero dolorcillo en la muñeca o en el cuello, dependiendo cuál de las dos partes del cuerpo sufre más mientras se sostiene y se contempla el móvil.

El espectáculo se repite periódicamente: conflicto en algún lugar remoto del mundo, cuatro memes que se reproducen en casi todos los perfiles de las redes sociales, otro par de reflexiones supuestamente profundas y, alehop, un par de horas después un ‘selfie’ y una foto a un ‘brunch’ en un garito chingón. Una línea temporal esquizofrénica en la que no importan las contradicciones, ni afirmar tajantemente lo que se negó con rotundidad unos momentos antes.

Los Punsetes, epítome de la música madrileña, tienen una canción sobre esto: «España necesita conocer tu opinión de mierda./ La gente necesita que le des tu opinión de mierda./ Un montón de temas sueltos e inconexos/ el veredicto del experto./ Todo lo que piensas es importante,/ mejor que lo sueltes cuanto antes./ Formas parte de ese 90 por ciento/ de gente que se cree mejor que el resto».

La propia arquitectura de las redes sociales favorece este tipo de comportamientos. Hay que estar dándole a la manivela todo el rato, generando contenidos chorra de diversa índole que consuman otros pobres desgraciados como tú, que compartan y difundan otros con las mismas miserias que tú.

En ese sentido, los grandes conflictos han quedado reducidos a algo de usar y tirar. A una moda más, como las zapatillas de plataforma o el color de temporada. Lo interesante para mí, es el mecanismo mental de la gente que se lanza (que nos lanzamos) a compartir esas reflexiones de manera tan alegre. Lo más probable es que sepan que su público tenga la misma memoria de pez, que son ya incapaces de retener un par de ideas más de 24 horas.

Pasará el tiempo, llegarán otras movidas que reemplazarán a las actuales y todo volverá a empezar. Los procesos profundos quedarán subterráneos, mientras la anécdota, lo banal, la gilipollez, nos reconfortarán de manera transitoria con la vana esperanza de una trascendencia de todo a 100 con la que queremos llenar nuestras vidas, como nuestras opiniones, de mierda.
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