Adiós a Manolín, o la historia de cómo una institución puede ser el utillero

Fallece a los 85 años Manuel Martínez, Manolín, el eterno utillero de la Cultural, tan bromista como serio trabajador

Fulgencio Fernández
13/10/2021
 Actualizado a 13/10/2021
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“Te voy a decir una cosa, si en la Cultural hay una institución ese es Manolín. A su lado Mohino y después todos los demás”. Así de contundente se muestra Larrauri, integrante de la histórica delantera de la Cultural de los años 70, la de Ovalle, Villafañe, Marianín, Larrauri y Zuazaga.

Y estos cinco. Y otros muchos que han calzado las botas que Manolín, Manuel Martínez, “siempre tenía impolutas” coinciden en un reto: “Parece que como ha muerto es fácil encontrar elogios, pero te aseguramos una cosa: No podrás encontrar a un solo jugador, ni a uno, que te diga nada malo de Manolín, porque no lo hay y de lo que no hay no se habla”.

Y es que, como recuerdan los jugadores (directivos, técnicos…), ha fallecido a los 85 años Manuel Martínez, Manolín, eterno utillero de la Cultural (desde 1969 al nuevo siglo), una de esas personas con las que se puede utilizar sin ninguna exageración que es “una institución”. En la mañana del miércoles, a primera hora, cuando aún estaban abriendo las puertas del tanatorio ya andaban por allí unos cuantos integrantes de eso que se llama la familia culturalista, jugadores de varias generaciones que intercambiaban anécdotas de Manolín, a quien llamaban de manera enormemente cariñosa ‘El rata’. “No era un apodo vinculado a lo que se entiende como condición de rata, rácano, ni mucho menos; lo que ocurre es que su peculiar forma de andar, que parecía cojo sin serlo, y como era pequeñín provocó que alguien le dijera que ‘eres como una rata’ y ya sabes lo que son los vestuarios, como los pueblos, que los motes están a la orden del día”.

Muchos aficionados, todos los que hayan pisado la Puentecilla o el Amilivia recordarán ese peculiar caminar de Manolín, pausado, asimétrico, para recoger los balones después del partido, la ropa o botas que habían dejado olvidadas los jugadores… “y eso cada día. Llegabas al vestuario y las botas estaban impolutas, las de los 22 de la plantilla, jamás hizo distinciones”. Y mientras caminaba algo iba diciendo o algo le decían los jugadores que cruzaba, porque era un bromista impenitente pero, recuerda Larrauri, “de bromas sanas, de las que te gusta que te hagan porque, además, tenía mucha chispa. Te cuento una para que veas el tono, fallabas en una jugada, pasaba a hacer algo y te decía, por ejemplo, chaval,tenías que ser suplente… pero del Júpiter”.

Y seguía su caminar pausado pues, a su ritmo, “era un trabajador increíble, incansable, las horas que hiciera falta” por la Cultural pues el hombre atravesó épocas convulsas en el club, pasó meses sin cobrar pero… “pasé de todo en esta casa pero jamás se me pasó por la cabeza marchar”, contaba en una conversación de tiempos felices, cuando ascendió la Cultural la última vez que era el tío más feliz del mundo.
Épocas en las que Manolín vio y vivió de todo, de huelgas a ascensos, de impagos a vender chatarra… pero si algo se filtraba todos tenían claro que no había sido Manolín. Imposible, su fidelidad era incuestionable.

Recuerda el citado Larrauri (convertido en una especie de portavoz de una generación pues ‘tiene muy buen pico’, dicen sus compañeros/amigos) una anécdota reciente que ilustra muy bien cómo caló Manolín en los recuerdos de quienes le conocieron. “Estuve en Mondragón porque hicieron un libro de tres jugadores que habíamos salido de allí: Arambarri el de La Real; Sagasta, que también estuvo en la Cultu y yo. Acudió Sagasta, que tiene esa terrible enfermedad del alzhéimer pero con algún rato como de lucidez. En uno de ellos le hablé de la Cultu, de Marianín, Villa… y, de repente, me dice: ¿Y qué tal Manolín 'El rata’?”.

- ¿Me lo podéis definir en una palabra?
- Es muy injusto decir solo uno, pero apunta encantador.

Y tengo que marchar porque cada uno quiere añadir más adjetivos para definir a este entrañable utillero de lento caminar, broma blanca y bondad tan evidente que es capaz de hacer del apodo rata un elogio.

Quería tanto a este club que cuando se fue jubilado dejó su oficio en manos de su hijo Manu, que tenía una ventaja enorme, recogía el cariño que había sembrado su padre.

Manolín. Lo estás viendo atravesar el campo. Va despertando sonrisas. Recuérdalo así.
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