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A mis noventa y ocho años

01/06/2021
 Actualizado a 01/06/2021
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Noventa y ocho años son muchos años, casi cien. Que conste que aún no los he cumplido, pero tampoco falta mucho. Concretamente me toca cumplirlos en el año dos mil cincuenta. Y sí que me gustaría llegar, entre otras razones porque, a juzgar por lo que nos ha dicho recientementedon Pedro Sánchez, promete ser un año interesante si se cumple su agenda 2050. La humanidad habrá llegado a un estado de bienestar que superará con crecesal ‘Mundo feliz’ de Aldous Huxley o a ‘Alicia en el país de las maravillas’.

No cabe duda de que nuestro presidente es un hombre de futuro, preocupado ya por el dos mil cincuenta. Esta son sus palabras: «España pretende decirle al mundo, y decirnos a nosotros mismos, que queremos estar a la vanguardia de esa transformación. Que conocemos los desafíos que traerá el porvenir, y que nos declaramos capaces y dispuestos a abordarlos y a superarlos, haciendo de las próximas décadas una nueva historia de éxito de nuestro país».

Lo tristes es que cada día muere mucha gente que ya no tendrá oportunidad de comprobarlo. Les pasa como a la mayoría de los comunistas que en el mundo han sido. Imagino que todos ellos habrán luchado por alcanzar «el paraíso en la tierra», como anunciara Carlos Marx, pero muchos ya han muerto sin que ese paraíso terrestre haya llegado para ellos. Además, el día que llegue, los que lo hayan alcanzado también tendrán que morir. Todo su gozo metido en un pozo.

Dado que algunos creemos que el paraíso vendrá más allá de la muerte, deseamos que el señor presidente se preocupe no tanto del futuro, que está en manos de Dios, cuanto de los problemas del presente. Lo cual no quiere decir que no haya que pensar en el futuro, sobre todo en el futuro de nuestros niños y jóvenes.

Dicen las malas lenguas que el recurso de Sánchez a la Agenda 2050, y ya no solo a la 2030, es una escapatoria, una evasión para no afrontar seriamente los problemas del aquí y ahora, que, por cierto, no son pocos. No obstante no pretendemos entrar en detalles sobre dicha agenda. Simplemente le preguntamos a él, y a tantos otros que como él niegan a Dios y que no creen en la Vida Eterna, hasta qué punto puede colmar las ansias infinitas de felicidad del ser humano un proyecto meramente terrenal y perecedero. ¿Qué le importa ese futuro de éxitos en las próximas décadas a los que acaban de morir o están a punto de morirse o morirán algún día? Por cierto que para alcanzar la vida eterna lo primero es haber nacido. Ya no sirve eso de que cuando seamos menos seremos más felices.
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