10/09/2020
 Actualizado a 10/09/2020
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En tiempos de Pedro Sánchez también perdimos la privacidad en la política, y quizá esa parte discreta que tan solo a veces lograba filtrarse a la opinión pública era lo único que todavía la hacía soportable. Nadie aguanta que aireen sus conversaciones privadas, es una verdad convertida en tópico en la era de las redes sociales que emborronan las zonas de sombra.

Sánchez ni siquiera aguanta que se sacuda su perfil público (y dicen que es el bueno, el guapo) y poco a poco comprendemos por qué acaba traicionando a todos a los que una vez dio la mano o chocó el codo. Esta semana ha desvelado sin ruborizarse conversaciones privadas con el líder de la oposición. Después del ultraje, que podría terminar por socavar la poca confianza que quedaba entre ellos, Pablo Casado animaba al presidente a publicar todos los mensajes, amenazando con que así sabría España el tipo de persona que ocupa la Moncloa. Por favor, que no lo haga, quizá fuera del todo insoportable.

Nadie se fía de nadie y el choque de codos queda lejos del desterrado apretón de manos. Estuve años ensayando el apretón perfecto (era la obsesión de mi primer jefe). Debía ser firme pero no demasiado fuerte, nunca lánguido y de mano muerta que él decía que malograba relaciones. Quizá por eso ya nadie cumple, con el codo no es lo mismo. Lo sentencia la sabiduría popular, se trabaja codo con codo pero se acuerda con las manos. Pero era antes de la pandemia y antes de que hubiera Gobiernos del abrazo. Si la desconfianza fuera solo Sánchez… el PP de las mil tramas rompe negociaciones porque Podemos anda imputado. La Junta de Castilla y León busca recovecos para incumplir lo pactado en Diálogo Social y mantiene en un cajón el Pacto para la Reconstrucción aún por desarrollar. ¿Pactar por pactar? Aterran así unos presupuestos que también cierren como hablan, por los codos. Y el codo no es la mano, recuerden que cuando la cosa se pone fea todo termina a codazos.
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