19/01/2020
 Actualizado a 19/01/2020
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Los pubs de los años ochenta eran lugares demoníacos, tanto por la calaña de sus clientes como por su fervorosa ausencia de luz. Me cuenta Rafael Saravia que de joven, emulando a los poetas de la generación ‘beatnik’, desempeñó todo tipo de oficios, incluyendo el de barman en un garito del Burgo. Era un sitio insalubre y tenebroso, donde abrevaban algunos de los indios más duros de la ciudad. El caso es que un día al dueño se le ocurrió poner una terraza y, dada su ubicación, empezaron a pasarse por allí gloriosas representantes del pijerío leonés, con sus estolas, sus perlas y sus melenas cardadas. Saravia las miraba alucinado, mientras atendía sus caprichosos modos de pedir café: que si en vaso ancho y de cristal, que si con una nube de leche fría, que si endulzado con un sorbito de Pippermint. No se imaginaban, aquellas damas locuaces y pudientes, de qué fregadero salían las lozas y qué criaturas correosas deambulaban por allí. El lugar, tan céntrico, no estaba exento de glamour y enmascaraba cualquier suspicacia: incluso las que debía provocarles la invitación a utilizar el baño de un bar contiguo, cuyo propietario las veía desfilar con asombro pascual. Volviendo a la marabunta de los pedidos, Saravia me cuenta, con irónica aflicción en la voz, que para no liarse aparecía con una bandeja repleta de cafés con leche, sin distinciones de ninguna clase. Los servía, eso sí, nominalmente, diciéndole a cada señora: «Aquí tiene usted su cortado», o su «largo de café», según correspondiese. Todas salían engañadas, pero razonablemente seducidas y contentas. Les cuento esto porque, dicho sea respetuosamente, podría constituir una alternativa a lo que se le viene encima a nuestro Presidente, y no me refiero solo a ofrecer café con leche para todos sus ministros, si no a conseguir que un bebedizo de achicoria pueda pasar por una malta cremosa. Cosas más raras se han visto en los Gobiernos de España. Sobre las posibles metáforas que puedan aplicarse en relación a la bandeja piadosa, el aseo compartido y la oscuridad del pub, se lo dejo a la imaginación del lector. Tampoco es para desazonarse y echarse las manos a la cabeza: este siempre ha sido un país donde los poetas se ven obligados a trabajar de camareros y donde ni Cristo se aclara con las infinitas formas de pedir café.
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