27/11/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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A principios de año se celebrará en Madrid una de las ferias robóticas más importantes del mundo. Coincidiendo con la presentación oficial del evento tuve la ocasión de saludar a varios humanoides, sujetar un drone anti-incendios o comprobar las posibilidades de un exoesqueleto para personas con movilidad reducida. Embargado por el recuerdo de R2-D2 y su fiel compañero, C-3PO, personajes fundamentales si creciste en los ochenta, no dudé en hacer cola para mover con la mente una base robótica. Llegado el turno, una joven ingeniera me colocó unos sensores tipo ‘Matrix’ en la cabeza antes de explicar el proceso de concentración casi mística que debía alcanzar si quería superar la prueba. Fracasé. Siempre que intento poner la mente en blanco pienso en cualquier chorrada y me entra la risa. También ocurre que suelo asociar las figuras geométricas a las clases de dibujo técnico que teníamos en BUP y tanto odiaba. Activar ambos estímulos a través de un ordenador permitía que aquel dispositivo, del tamaño de una mesita de noche, rodara sin tocarlo. Bastaba con desearlo y fruncir un poco el ceño. Otros voluntarios allí presentes lo consiguieron casi de inmediato, así que alguien debió ver en mí la frustración y me dijo al oído que «un diez por ciento de quienes lo intentan son incapaces de conectar sus neuronas con el algoritmo, incluido el director general de la compañía». Aseguraban los expertos convocados a la rueda de prensa que «en menos de una década los robots estarán muy presentes en la práctica totalidad de las tareas cotidianas y la clave residirá en la gestión de nuestro tiempo libre porque estaremos más ociosos». Salí de aquella sala bastante confundido. Por un lado me molaba la idea de currar menos, pero, por el otro, me preocupaba ser un negado a la hora de activar mi ‘yo robot’ y quedar como un cazurro en un futuro no tan lejano. Había olvidado esa suma de temores e ilusiones, cuando me topé con la teoría de Robin Hanson, autor de ‘La Era de los Ems’. Este economista estadounidense visualiza en su obra un planeta dominado por nuestras propias emulaciones cerebrales basándose en un esquema similar al fallido experimento que protagonicé. Algo así como trasplantar nuestros cerebros a máquinas que, por suerte, todavía no existen. Si se cumpliera la profecía de Hanson, los seres humanos podríamos retirarnos en masa para que los mencionados ‘ems’ ocupasen nuestros puestos de trabajo y ahí, lejos de alcanzar la eternidad,empezaría todo el lío, queridos lectores.
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