24/10/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Un grupo de intelectuales ha abierto un espacio web titulado Zenda, dedicado a la literatura. Allí, un capítulo de la próxima novela del leonés Luis Mateo Diez: Vicisitudes. Un excomisario, jubilado y viudo, ha perdido el instinto. Simultáneamente, en la prensa, se habla del envejecimiento de la población leonesa y del notable aumento de aquellos que viven en completa soledad, unos 43.000 individuos. Entre ellos abunda el que el escritor de Villablino llama: el viudo macilento.

El viudo macilento, tan presente en las ciudades, es el que vigila toda obra en construcción, acude en masa a todo acto convocado por la multitud de causas de beneficencia, y se establece en la solana de la plaza de las Palomas para ver pasar el tiempo. Ya lo ha perdido todo, hasta su instinto, además de su vigor y de sus ganas de vivir, tal vez por sentirse completamente inútil en la vida.

«¿Para que salir de casa? ¿Para perderlo todo?» escribió Tagore reivindicando el mundo familiar como un todo sustancial, un microcosmos suficiente y excluyente en el que el ser humano es capaz de sobrevivir sin mayor esfuerzo. Pero, en un momento dado, hace su presencia la soledad y todo eso se viene abajo como un castillo de naipes. Y se pierde el instinto de vivir. De nada sirven los agentes externos como los amigos y la TV. El individuo comienza a descender a un pozo profundo del que ya no es capaz de salir sin ayuda externa.

La densidad del silencio impide respirar, y el salitre de las lágrimas va abriendo una cárcava en las mejillas. «¿Qué es una lágrima? Una historia de amor que se deshace» escribe Paul Celan en Microlitos. Es una llamada de socorro sin respuesta, una situación sin vuelta, un problema sin solución, una soga al cuello. Y es la memoria la que devora todo empeño y el intelecto afila sus garras preparadas y el silencio se alía con el desamparo. Y el viudo macilento de transforma en todo aquello que no fue: tacaño, mohíno, astuto y hasta cruel. Alguien con el que ya no se puede contar para nada. Un peligro para la sociedad. Capaz de votar a la contra en las elecciones, de adherirse al primer populismo que aparezca por allí, de renegar de todo y de caer en todas las trampas.

Una sociedad moderna debiera tener previsto este fenómeno y atajar de cuajo el mal de la soledad de los ancianos. No hace falta una gran inversión. Instalaciones adecuadas y personal joven y entusiasta, con pocos medios que serían suficientes. La soledad no puede ser el pago por tanto esfuerzo.
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