Vigila, que te acechan

25/04/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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Los animales, a los que el dicho atribuye la cualidad de no tropezar dos veces en la misma piedra, claro que aprenden. Y los grajos, o las cornejas, ya saben a ciencia cierta que son el blanco preferido de los cazadores, que cuando las perdices han sido esquivas tienen por costumbre gastar los cartuchos en meterles plomo a ellos, negros córvidos de inmensa leyenda negra.

Se lo dará el color, pero poca piedad hay con ellos, de ahí que busquen atalayas privilegiadas para ver venir al enemigo y ponerse a cubierto, que no van a destrozar la escultura sólo por darles matarile.

De nada les sirve que hayan inspirado el inquietante cuento de Luis Mateo que llevó al cine Chema Sarmiento, ‘Los grajos del sochantre’, con una imagen para el recuerdo, la del viejo cura con el grajo muerto entre las manos. Hacía caldo con él, comía su carne, y el pájaro se vengaba encorvando la figura del canónigo, le crecía la nariz, se le retorcía, hasta el punto de que los propios grajos huyeron de la Catedral a los montes de la Candamia.

De nada les sirve que los estudiosos hayan descubierto que es el pájaro con más capacidad de convertir cualquier objeto al alcance de su pico en la herramienta que precisa para sus trabajos diarios.

De nada les sirve que el biólogo italiano Vittorio Baglione haya descubierto en la Sobarriba leonesa una cara humana en las cornejas como no hay en casi ninguna otra parte del mundo, que forman familias estables y permanecen juntos como no es habitual en esta especie que, después de sacar adelante su cría, en dos meses, abandona ‘la familia’ y se va a vivir en libertad.

De nada les sirve. Ellas saben que muchas miradas –y miras telescópicas– las observan y se defienden acechando desconfiadas antes de posarse.
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