Veranos en la calle

Los veranos eran para la calle en los pueblos de esta provincia. El principal juego era la propia calle, la vida se hacía en ella. Las canicas, el escondite, los baños, el aro, carreras... y la amistad

Toño Morala
24/07/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Y en los puertos de los ríos de nuestra provincia, en las riberas, con el agua siempre de protagonista de tantos juegos… y a jugar… a bañarse una y otra vez.
Y en los puertos de los ríos de nuestra provincia, en las riberas, con el agua siempre de protagonista de tantos juegos… y a jugar… a bañarse una y otra vez.
Muchos recuerdan el consabido Seat 600 del padre lleno hasta el cielo de cachivaches de verano y, dentro, la intemerata de piernas y manos, y venga para el pueblo; a decir verdad lo del Seat 600, había, pero no tantos; en fin, que muchos llegábamos al pueblo en tren hasta la proximidad y luego el coche de línea y su maletero en el techo, te llevaba hasta la plaza del pueblin y punto, no había más historias. Te esperaban los abuelos con los brazos abiertos y la piel curtida, y la casa fresquina y con el botijo, la palangana, y la hornilla encendida, que lo de la cocina de gas fue más para acá. El pan de hurmiento esperando la hora de la comida, y venga garbanzos con lo que hubiera y a trastear bajo la cuestión avisada de la abuela, ¡nos os pongáis al sol que hace mucho daño! Lo de la siesta no existía en los barrios obreros, de esa manera nos poníamos los guajes veraneantes, -los del pueblo tenían que ayudar en las labores de la mies, y salían solo después de los trabajos- a la sombra de la espadaña, la iglesia, o el viejo frontón , y allí pasábamos la hora de la siesta, hasta que a alguien se le ocurría cualquier trastada como la de ir a “atropar” fruta verdísima de las huertas de tapial y, dejar la lengua como esparto al probarla; otras trastadas, por ejemplo, era el ir a la era, y con el tirachinas, intentar zumbarle a los pardales sobre los montones de grano; ni uno pillábamos por suerte, qué animales éramos algunos. El que tenía bicicleta era un privilegiado y cuando se aburría, pues nos la iba pasando al resto de chavales que corríamos por entre los cantos como verdaderos Tarangus. Pero lo importante venia después de la merienda. Tremendos juegos para no aburrirse ningún chaval durante días y días. Hoy andan con los móviles y las diferentes pantallas… se comunican a través de ellos aunque estén juntos… menuda tela. Como iba escribiendo, los juegos en la calle eran maravillosos y, ojo, que la pelota, apenas la tocábamos. Juegos que iremos desgranado y que la memoria revitaliza como si hubiera sido ayer mismo; quién pillara aquellos pantalones cortos, las zapatillas roídas, la camisetina cortina y la amistad a prueba de bomba; algunos se hacían sangre en las manos, la juntaban y quedaba la amistad sellada para toda la vida. La televisión ni olerla, eso era para el invierno y para los mayores del pueblo en el teleclub. Y era la calle, el gran juego, la calle era la red social más importante; la calle era la escuela de la amistad, la complicidad y el guardar secretos inconfesables bajo amenaza de tirarte al pilón, -que en muchos pueblos no había río-, y en los lavaderos andaban las abuelas lavando la ropa y por allí no te acercaras que llevabas bronca segura.

Otras de las cosas que se hacía era el meterse en construcciones medio derruidas, y allí estábamos más tranquilos sin las miradas de los mayores; también se construían casetas con cuatro palos, algún cartón -pocos- y sacos de la mies que pillábamos en los pajares y tenadas… de aquellos inventos salieron muchos arquitectos, aparejadores, ingenieros… igual no tiene nada que ver, pero igual sí, vaya la vida a saber. Y allí, en aquellas casetas a lo indio y otras, los sueños y las risas se abrazaban todo el verano; algún pastor se hacía cómplice del asunto y no decía nada, se reían, e incluso algunos se paraban a charlar con los chicos. Y venga de un lado para otro, y venga las voces de las madres y abuelas con los nombres a todo trapo para ir a comer, a la hora de la cena; a la hora de la merienda, ahí, casi nunca nos llamaban, ya íbamos nosotros solos para pillar el bocata, refrescar el gaznate con el botijo. Hablando de botijos… era casi pecado el dejar el botijo en manos de los niños, se echaba el agua en un vaso o en aquellos tanques descascarillados de porcelana, y a otra cosa mariposa, ¡tened cuidado con los pozos, no valláis por las tierras, ni por la huertas, que si caéis os ahogáis…! Decían los abuelos repetidamente todos los días del verano. Así y todo alguno casi siempre se caía, pero como estaban casi secos… pues casi nunca pasaba nada, a avisar al vecino más cercano… y eso sí, el culo como un tomate y castigado sin salir un rato… menudos sustos nos llevábamos algunos. Y ya de adolescentes, cuidado que la cosa tenía su aquel… los amores de verano; menudo tinglado. Imagino que la sonrisa les va llegando, y la nostalgia, y aquellas mozas y mozos que de repente desparecían y nunca más los veías, hasta ya muy mayores, casados, con hijos… pero cómo nos poníamos emperifollados hasta la hartura… ellas siempre bellas y compuestas, nosotros, los más atolondrados en esto del amor, de cualquier manera, aunque alguno ya despuntaba y siempre se llevaba el gato al agua… que si un buen peinado, unos buenos pantalones, buenos zapatos… y la guerra entre los lugareños y los veraneantes… lo dejo aquí que igual salgo arrepentido. Pero no todo era alegría y algarabía, también los juegos se dejaban de lado cuando alguna desgracia se entrometía en la vida de los lugareños… lo más terrible eran aquellas tormentas de granizo que desarmaba las cosechas y en las casas solo lloraban y rezaban… cómo se pasaría el duro invierno… éramos niños, pero el instinto te dejaba ver el dramatismo de aquellos años de cosechas muy mermadas por causas varias; y en esos días tristes, en aquellas tardes de lluvia intermitente, algún libro también caía entre las manos.Vale ya de estas cosinas y vamos a los juegos de verano, vamos, sin competir, a recordar entre todos aquellos maravillosos pasatiempos sin apenas coste económico y que eran la delicia de todos los veraneantes del pueblo. Quiero hacer aquí un paréntesis, -que si no se me olvida-, sobre los juegos que en los hospicios, campamentos, orfanatos… también se hacían y eran los maestros y monitores quienes se encargaban de hacer más liviana la estancia de los más desfavorecidos, eran tiempos muy fastidiados para muchos niños, y hay que reconocer la gran labor de estas buenas gentes. Al atardecer, cuando el sol se largaba a otras latitudes, jugar al escondite era una maravilla… el viejo corro de la patata, las cartas en las puertas y portalones, el griterío de los chavales con viejas canciones enseñadas por los abuelos, la goma y la comba en manos de las niñas; siempre había el listo de turno que se metía a saltar y terminaba con las narices en el suelo entre las risas de los demás. Las madres, después de las labores y con aquellos peinados tan bonitos, y aquellos vestidos de flores… se acompañaban agarradas del brazo entre las quintas, e iban riéndose de las jugadas de cuando eran mozas y solteras… menudas eran ellas; eso también era juego de memoria y amistad. También teníamos como un juego el coger la carrilla e ir al caño a buscar agua, de esa manera casi siempre te encontrabas con algún amigo y nos tirábamos unas risas y unas salpicaduras de agua… en aquellos años, casi ningún pueblo tenía agua corriente ni otros añadidos. Tres en raya… cuchara y huevo… la cucaña… la peonza… Las prendas , los tesoros… veo, veo… pies quietos… las sillas , la carretilla, carreras de sacos… juegos tradicionales también en las fiestas patronales… como el juego de pelota a mano, los bolos, la llave, la rana… tres en raya… cuchara y huevo… la cucaña… las canicas, la goma, la comba en sus diversas vertientes , el tejo… Lo recuerdan seguro… El juego de la comba… «Al pasar la barca, me dijo el barquero: las niñas bonitas, no pagan dinero. Yo no soy bonita, Ni lo quiero ser, Arriba la barca, Una, dos y tres». Algunos somos conscientes que los veraneos de la infancia nunca volverán. Esos veranos que eran casi infinitos, con el horizonte del regreso a la escuela tan lejano que apenas se podía imaginar, libres de imposiciones y de horarios, perezosos… y llenos de sonrisas y risas compartidas… Y bueno, les deseamos un buen veraneo en los pueblines, en los nuestros, que parece ser que el verano, los veranos, ya no son lo que eran… nos los estamos cargando.
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