22/01/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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A las puertas del Senado se levantó en la mañana del pasado martes una ráfaga de aire. Fue una de esas ráfagas de aire que se levantan en Madrid y que, si alguno es aún capaz de soportar los telediarios, puede llegar a la conclusión de que nos tenemos que abrigar en toda España, del mismo modo en que, si te dejas llevar por los consejos periodísticos, una nevada en la autovía entre la capital y Valencia nos puede obligar a poner cadenas en el resto del país. Se cayeron todas las banderas que había a la puerta del Senado y sólo quedaron en pie la de Melilla, que lleva siglos resistiendo vaivenes, y la de Castilla y León. Los medios de comunicación con sede en Valladolid, voces autorizadas para el evento porque entre capitales andaba el juego, nos vendieron la anécdota como un gesto de heroicidad autonómica, una metáfora de la resistencia que Juan Vicente Herrera iba a presentar en esa reunión en la que, gracias a los mismos periodistas, los que no fueron a escuchar el sermón le robaron prácticamente todo el protagonismo a los que sí lo soportaron. A pesar de ello, salieron todos contentos, con su foto y su titular correspondiente, y volvieron a sus despachos cada cual con su propio «les he puesto las pilas» expresado en palabras mucho más grandilocuentes que las mías. Luego vino otro temporal que la bandera de castillos y leones no resistió con la misma dignidad y los periodistas triunfadores no pudieron maquillar a pesar de su brillantez y de su brillantina, a pesar de lo rápido que pasaron de pagar por recibir clases a impartirlas de forma gratuita: el de las cifras. 25.000 habitantes ha perdido la comunidad en el último año, los mismos que la provincia de León en la última década. En los debates posteriores vi a opinadores dándose la razón con vehemencia y con un estilo sonriente muy parecido al de los dependientes de El Corte Inglés, pero no escuché a nadie decir que nada de lo que se había hecho hasta ahora ha servido para algo y que quizá alguien, aunque fuera con indirectas como aquellas acusaciones de Gila, tiene que asumir responsabilidades. Es lo que ocurre con las capitales, que importan nuestras soluciones y exportan sus problemas. Sobre las capitales y los periodistas se produjo en La Sexta la que, con permiso de lo que nos depara Donald Trump cada vez que coge aire para hablar, los provincianos podemos calificar de ‘anécdota de la semana’: en un mapa de España en el que se destacaban los colapsos de hospitales causados por la gripe, un país al rojo vivo por los virus y la ortografía, apareció «Vayadolid». Pronto le echaron la culpa a un becario, que es como cuando, parafraseando al maestro Fulgencio Fernández, «tira un pedo el amo y le dan una patada al perro», y ninguna feminista salió al paso diciendo que también podía haber sido una becaria. En cualquier caso, en cualquier cargo, es de suponer que no había estudiado en esta comunidad, claro, en la que los alumnos sacan la mejor puntuación en el informe Pisa, claro, y también es de suponer que no era un leonesista infiltrado, pues como todo el mundo sabe hubiera escrito Vayadolor. Sorpresas te da la política. A mí esta semana el que más me sorprendió fue el propio Herrera, tan cauto, tan coherente, tan veterano y, en cambio, tan ingenuo: cuando salió de aquella reunión dijo que le había pedidoal Gobierno «que nos diga la verdad». Vaya poniéndose cómodo, presidente.
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