Un pueblo sin iglesia

Vegamediana es el complejo industrial que Hulleras de Sabero y Anexas creó para transformar el carbón bruto en carbón vendible, tres grandes baterías para la obtención de coque que llegaron a tener 48 hornos, talleres mecánicos y eléctricos, lavaderos... pueblo, pero, decían sus vecinos, sin iglesia... sin Dios, porque "éramos los hermanos pobres"

Fulgencio Fernández
09/02/2016
 Actualizado a 16/09/2019
El estado de abandono de las instalaciones del complejo industrial de Vegamediana es evidente, pero vive en el recuerdo del valle. | MAURICIO PEÑA
El estado de abandono de las instalaciones del complejo industrial de Vegamediana es evidente, pero vive en el recuerdo del valle. | MAURICIO PEÑA
Vegamediana es uno de esos nombres con leyenda que parece difícil que llegue a desaparecer de la memoria colectiva de un lugar, el valle de Sabero en este caso, pues también es una mina de historias, de recuerdos y leyenda minera. Que si la leyenda de este oficio es dura la de Vegamediana lo es aún más pues, recuerda uno de sus trabajadores —José Antonio Rodríguez Losada—«era donde más se trabajaba y donde menos se cobraba».

Otra habitante del valle, Charo, escribió un artículo en la revista Astura con un título curioso:«Un pueblo sin iglesia», recordando cómo creció un pueblo alrededor de aquel complejo industrial pero nunca tuvo uno de los elementos distintivos de cualquier pedanía, por pequeña que sea, la iglesia.

- No hay iglesia porque no hubo Dios allí;decían.

La historia oficial de Hulleras de Sabero explica la existencia de este lugar:«En 1899, la empresa decidió levantar un complejo industrial en la zona de Vegamediana y Vegabarrio, construyendo tres baterías para la obtención del coque con un total de 48 hornos, fábricas de aglomerados y briquetas, etc. El taller de clasificación de carbones y el lavadero tenían una capacidad de tratamiento de 100.000 toneladas anuales, empleando mediante bombeo las aguas del Esla. Para dar servicio a este gigantesco conjunto fabril se instaló en 1900 un ferrocarril de 600 mm. de ancho y 6 kilómetros de longitud, que transportaba los carbones extraídos en sus minas (Las Quemadas, Sotillos, Pozo Herrera II de Olleros...). Desde allí, y por vía de ancho métrico, se trasladaban los productos hasta enlazar en Cistierna con el ferrocarril de La Robla, desde dónde eran enviados hasta los altos hornos vizcaínos. Algunas de sus locomotoras llegaron a ser construidas en las mismas instalaciones».Una historia que habla de mucha actividad, de máquinas con nombre y número, como corresponde:Esla, Vegabarrio, Vegamediana, Potes... y sus números, ‘la 10’, ‘la 11’, ‘la 5’. «La 5 es la que aparece en la película de Luna de lobos, y la 4, la Potes, es la que se hizo en los talleres de Vegamediana, por eso es de caldera vertical. Estuvo a la entrada del poblado de exposición». Eramos los hermanos pobres de Hulleras, donde más duro era el trabajo y donde más bajo era el sueldo Hoy Vegamediana son ruinas y recuerdos, chimeneas que hablan de la importancia pasada, edificios que aún impresionan, memoria de trabajos duros convertida en lugar para prácticas de la UME o para que gentes llegadas de lugares muy diversos jueguen a la guerra. En definitiva, un lugar que busca tener otros usos sin olvidar lo que antes fue. Otro antiguo trabajador, Miguel Villacorta, lo ha escrito con un título muy clarificador, ‘Historias de la puta mina:Vegamediana’:«Los infiernos de Vega Mediana arden constantes devorando el carbón. Las llamas lamen con refulgentes colores, azules, violetas, rojos, y amarillos imposibles. El humo es negro y arrastra partículas incandescentes que el aire lleva. Cuando los hornos escupen su barriga sangrante y roja, los condenados, los obreros, con sus mangueras de agua luchan contra el fuego que llora en volutas de humo y vapor. Son nubes blancas que suben y suben haciendo copos de nieve y algodón. Entonces todo el contorno se difumina con su niebla mientras los condenados tosen y tosen dejando parte de sus pulmones. Lloran con lágrimas de condenados. En su primer día de trabajo, él cogió el cestito de la comida a través de los barrotes del cercado. Vio las lágrimas disimuladas de su madre y no lloró. Estaba estudiando para ser un hombre». Rodríguez Losada, que conoce a Villacorta y trabajó con él, cree que no exagera ni un ápice, que era duro el trabajo en este complejo fabril. Y recuerda otra anécdota de aquellos que entraban por primera vez a trabajar:«Se les echaba en la cara ese líquido azul que se les pone a las ovejas para desinfectar las heridas, con el fin de protegerlos».

Recuerda Losada, que entró de peón en Vegamediana y pasó por casi todos los trabajos en este complejo industrial, que «cuando yo llegué, en los años 70, todavía se trabajaba por el método viejo, con gente muy mayor y sin mecanización, se cargaban los vagones a mano. La verdad es que la mecanización nunca fue completa y ése fue uno de los problemas de Vegamediana, además de que la mecanización que llegó no era la adecuada», algo que ilustra con un ejemplo:«Se habló mucho de la hidrómina, incluso le dieron un premio importante al proyecto, pues te voy a decir la realidad, porque lo viví en primera persona: La primer cuba que salió fue al lavadero y lo atascó durante cinco horas, la siguiente ya ni la metimos, ¿para qué? Y, sin embargo, le dio prestigio al ingeniero del proyecto. Es que los ingenieros eran un ser entre el Papa y Dios».

A los trabajadores nuevos se les echaba, para proteger la cara, ese liquido azul que se pone a las ovejas Y aquel lugar que tenía una brigada propia de albañiles que hicieron numerosas construcciones, como las escuelas de Sabero, comenzó a subcontratar; y aquel taller mecánico ejemplar bajó la actividad; como aquellos tres hornos de secado y otros tres de coque, que llegaron a trabajar a tres turnos para servir a numerosos clientes:térmicas, altos hornos, fraguas, tejeras... «Al final sólo quedaban las térmicas de Lada, La Robla y, sobre todo, Guardo; pero llegaron el petróleo y el gas-oil... y, al final, se mantenía gracias al cielo abierto pues teníamos que comprar carbón para hacer coque».

Así se llegó al paisaje de desolación, al abandono, al olvido de aquella profesión que, escribe Villacorta:«Cuando la tierra sangra con sus aguas frías el minero tiembla pero sigue en su porfía».

Hasta 1991, que acabó en aquel valle la mina, la porfía... Y Vegamediana.

Aunque sigue su leyenda.
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