Un cuatrero sin tren que atracar

08/03/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Hubo un tiempo en el que el tren de Matallana era incluso más que un tren. Y Matallana creció alrededor de la estación que, como bien te recuerdan en Robles, antes ahí no había ni pueblo.

Y aquel tren, de madera, era vida. Llevaba carbón, traía gente, acercaba estudiantes, las gallinas hacían en él la trashumancia diaria, subían obreros, vigilaban los estraperlistas, no faltaban negociantes, ni quien le tirara piedras o pusiera monedas de perrona sobre la vía para ver si al pasar las ruedas lograban que Franco sacara la lengua.

Gamoneda hizo de él su poema más famoso –«Éste es un tren de campesinos viejos y de mineros jóvenes»–, Julio Suárez lo encogió en corto y lo estiró en película; Sánchez Valdés lo puso a funcionar para que huyeran los maquis y Zapicón y Pájaro –Deicidas para siempre– grabaron a fuego en las tabernas sin karaoke su ‘Cuatreros de ganado, en el tren de Matallana, ganadero, revisor vuelan por la ventana, las reses mugen locas, mientras saltan del vagón, ni Texas ni Arizona el oeste está en León».

Bendito oeste, vuelvan las fiebres del oro que hicieron famoso al tren. Uno de los cuatreros, Zapicón, regreso para volverlo a atracar, para ser cuatrero, se sentó a esperar... y no pasó.

Esta provincia cada día recuerda más a la vieja pintada del cementerio: «Toda la vida esperando que pasara algo... y se me pasó la vida».
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