23/03/2017
 Actualizado a 09/09/2019
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Nunca he sido ingenuo. Ya cuando era un mico aprendí que no podía ir uno a la ligera a cortejar a las mozas de los pueblos de alrededor, ya que durante la verbena solían tener «el pastor puesto», lo que venía a significar que los mozos se colocaban en círculo a su alrededor para evitar en la medida de lo posible la invasión amorosa por parte de los redipollejos.

Leía ayer que la administración de esta nuestra comunidad va a financiar precisamente pastores eléctricos para poder proteger las colmenas de los daños del oso. Parece que han tomado nota rápidamente los gestores de la cosa pública a la hora de evitar a toda costa que suceda en las instituciones lo mismo que en su propio partido, en el que durante los últimos años habían puesto al oso a cuidar la colmena o lo que es lo mismo, a la garduña a cuidar el gallinero.

Y luego todos se echan las manos a la cabeza cuando los panales aparecen destrozados y las gallinas desplumadas, cuando se comprueba que ni el tato pagaba ya desde hace tiempo las cuotas de afiliación y que en las listas figuraban no pocas personas que se dedican actualmente al pujante sector de la cría de malvas.

Algunos olvidan que en la vida orgánica de los partidos suelen triunfar los truhanes, los trileros que esconden la bolita en cualquier sitio menos debajo de uno de los cubiletes, los que tienen una eterna sed de venganza y los que tragan con todo a condición de que ni les muevan del escaño ni les pongan el pastor.
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