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¿Todos a la cárcel?

26/02/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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El 11 de septiembre de 2001 me refugié en el atrio de la iglesia de Villaverde la Cuerda. Creía que hasta allí no podría llegar el apocalipsis que se vivía en Nueva York, pero sí llegaban las noticias que lo transmitían. De todas ellas, hubo una que me produjo especial temor: ante la espectacularidad de la escena, buscando aún cadáveres entre los escombros, el FBI había contactado con guionistas de Hollywood para intentar averiguar cómo podría ser el próximo ataque terrorista. Igual que ‘El exorcista’ renovó el ancestral miedo al diablo, tantas películas sobre atentados y secuestros parecían haber dado demasiadas ideas a los que nos querían adelantar el fin, aunque la verdad es que aquel día, y desgraciadamente muchos otros de los que vinieron después, mejoraron el más cruel de los guiones y dejaron a los teóricos con la palabra en la boca en sus debates sobre las relaciones entre la realidad y la ficción. El género apocalíptico, en el cine y en la literatura, comenzó entonces su propia etapa dorada, y yo me hice fanático de películas como ‘La carretera’ o ‘Soy leyenda’ y de libros como ‘Fin’ o ‘Dudo errante’. Por eso he disfrutado tanto de ‘Perdida en el fin del mundo’, la novela de Jonatan Diez que se presentó esta semana en León, un libro plagado de teorías más o menos científicas pero, sobre todo, lleno de la verdad y la pasión con las que su autor nos advierte de los riesgos del cambio climático. Propone el escritor una original perspectiva, la de analizar nuestro presente desde nuestro futuro, un viaje en el tiempo en el que radica el éxito del género apocalíptico que hoy inunda novelas, películas, series y documentales, la curiosidad por saber las catástrofes que vienen y poder así salir, sólo mentalmente, de nuestra zona de confort. Son ya muchos los ejemplos en los que la mejor explicación a la realidad se encuentra en la ficción, a la vista de la parcialidad de las crónicas, la agresividad de los debates y, sobre todo, de la incapacidad de la justicia. Ahora que habitamos en lo que para muchos creadores fue su futuro inventado, ahora que hemos alcanzado al Delorean, se pueden empezar a analizar los aciertos y los errores de cada uno de los que jugó a ser visionario. Hay un documental muy interesante sobre los patinazos del directorde ‘Regreso al futuro’ y un libro magnífico, titulado ‘Delirio blanco’, en el que el autor (Jacek Hugo-Bader) sigue los pasos por la taiga de dos periodistas a los que hace medio siglo les encargaron escribir cómo sería Rusia hoy. Lástima que aquí la realidad esté convirtiendo en el más visionario de nuestros creadores a alguien que no intentó ver el futuro, sino levantar crítico testimonio del presente: Luis García Berlanga. Seguimos, al menos en esta provincia, con la actitud de los vecinos de Villar del Río, esperando por un Marshall que solucione todos nuestros problemas, buscando fórmulas para pagar el motocarro como Plácido, empeñados en no reconocer que la sotana nos tira por la sisa, como al cura de ‘El verdugo’, haciendo de cada debate una lucha entre moros y cristianos (y de cada lucha una fiesta), y exigiendo un milagro cada jueves al consejo de gobierno de la Junta de Castilla yLeón. Claro está: la única película en la que el maestro Berlanga no anticipó lo que iba a pasar fue en ‘Todos a la cárcel’.
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