23/10/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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En los regresos de fiesta de aquellas madrugadas locas siempre estaban echando humo dos chimeneas que anunciaban a dos mujeres levantadas, Chonina y Tita, y unos metros más abajo Pepín preparaba paquetes para enviarlos a los cercanos pueblos sin tienda por el panadero, el lechero, el cura o cualquiera que pasara.

Tita también tenía tienda y aunque igual estaba soltando las vacas o cafuñando por el sotano siempre dejaba la puerta abierta. Y aparecía con una sonrisa y sin ningún reproche:«Disfrutad ahora que sois jóvenes».

No paraba en todo el día. De la tienda a las vacas, de las vacas a la peluquería, que también era la peluquera, y despachaba mientras te dejaba un rato debajo de aquellos secadores que parecían aparatos enviados por la Nasa.Yte contaba algo mientras te cortaba el pelo, y te preguntaba. Y nunca te reñía.

Me cortó el pelo hasta que un día la cabeza dejó en enviarle órdenes a las manos y se le descontrolaron. Nos regaló optimismo hasta que un día se le apagó la luz de la cabeza, olvidó, dejó de conocer, aunque mantenía la sonrisa de quien la había labrado a fuego y no hay fuerza que se la pueda robar.

Estaba allí, en la casa que un día fue tienda. Una luz en el fondo te avisaba de ello. Era triste pero estaba.

El otro día se le borró la sonrisa. Se le apagó la bombilla de su cerebro herido. No hay una luz en el fondo. Es muy triste, no queda gente como Tita.
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