04/07/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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La primera vez que acudí a un corro de aluches serio tenía 7 años. Me llevó mi padre a Mansilla y volvimos a casa a las tantas. He visto luchar a leyendas como Felipe León y Cayo de Celis y, posteriormente, a formidables luchadores como Juan Hidalgo, Ernesto ‘el tabique’, José Luis Ferreras, ‘el chopo’ o Toño el de Santibáñez. En los años noventa del pasado siglo, el entonces presidente de la federación, Verduras, me metió en la junta directiva, o, mejor dicho, me colocó el marrón de ser el presidente del comité de competición. Como uno no puede decir nunca no a un amigo, me involucré, probablemente demasiado, en todo lo relacionado con la lucha; hasta hice de ‘speaker’ en los corros senior y en los de la liga infantil y algunos de la juvenil. En estos últimos conocí a dos luchadores que, pasado el tiempo, dominarían el cotarro durante años: Héctor García y Clemente Fuertes. No podían ser más distintos. Héctor se cuidaba, entrenaba, se machacaba y ganaba. Clemente también ganaba, pero no se preocupaba demasiado de todo lo demás. Queriendo como quiero a Héctor, me resulta difícil decir que Clemente es el mejor luchador que uno vio a lo largo de su vida y que será casi imposible que haya otro igual. ¿Veis a ese tipo que juega al fútbol y que se llama Messi hacer las diabluras que hace un domingo sí y otro también en el campo? Pues, salvando las distancias, ¡claro!, Clemente hacía lo mismo. Clemente pertenece a esa raza de gente especial que hace las cosas sin costarles trabajo: les sale de manera natural, sin esfuerzo, divirtiéndose. No solo hay gente así en el deporte, no; los hay en todos los órdenes de la vida. Tuve un compañero de clase, Caballé, que daba miedo lo bien que dibujaba con diez años. No había ido a clases de pintura, (en el pleistoceno no se estilaban esas mariconadas), ni falta que le hacía. Dibujaba sin ningún esfuerzo y bien. A otro amigo, ‘el Purri’, llévale cualquier aparato con un motor y lo pondrá en funcionamiento. Tengo también a un tercero que escribe y al que leo todos los domingos y lo hace tan bien que da vergüenza saber que no le ha costado ningún trabajo hacerlo. Les he llegado a odiar, joder. Estoy seguro de que cuando hacían estos ‘trabajos’ la gozaban.

Esa gente me da envidia, y nada sana. Los que nacen con un don y lo desarrollan a lo largo de su existencia tienen que morir tranquilos. Es lo de la parábola de los talentos: tantos has recibido, tantos tienes que dar. Sé que, por mucho instinto y sabiduría con la que se nazca, sino te lo curras acabas sin desarrollarlos. A uno, que no recibió gran cosa al nacer, y que además es más vago que la chaqueta de un caminero, le va como le va. Cuándo esto sucede te entra una congoja muy difícil de explicar y llegas a las puertas del fatalismo, tal como lo entienden los musulmanes. Por mucho que hagas, por mucho que te preocupes, por mucho que lo intentes, todo está escrito y en manos de Dios, por lo que estúpido luchar contra el destino. Es, ciertamente, una actitud cómoda, pero nada aconsejable. Salvando, de nuevo las distancias y sabiendo que las comparaciones siempre son odiosas, uno viene a ser como Rajoy. Lo mejor es dejar que las cosas se arreglen por si mismas; o que no se arreglen, que viene a ser lo mismo. La inacción es la forma más ventajosa de no tener que esperar nada de la vida. Porque si te vas por el otro extremo, valga el ejemplo de Iglesias, te llevas la sorpresa de que, por mucho que intentes cambiar el estado de las cosas, nunca lo podrás conseguir. No se puede impedir que el sol salga por el este y se ponga por el oeste; por lo que lo mejor es dejar todo como está. Ya os he contado muchas veces la frase de ‘El Gatopardo’: «Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie», que es copiada de otra aún más cínica, escrita por el francés Karr: «Cuanto más cambia, es más de lo mismo». Los hombres, como género, tenemos las mismas ambiciones desde que el mundo es mundo, y la sociedad estará dividida eternamente entre los que tienen y los que quieren tener. Por eso, Pablo, es mejor entregarse, como dije antes, al fatalismo que volverse loco como, por desgracia, parece que te has vuelto tú con esa exagerada hiperactividad que posees. Copia de Mariano. Hasta que Sánchez, con tu inestimable ayuda, consiguió que se largara a su casa, sin hacer nada, dejando que las cosas fluyesen según su curso natural, ha estado metido en política, en cargos relevantes, más de treinta años. Échale un perro. Tú, por desgracia, malograrás los indudables talentos que posees llevado por una efervescencia antinatural. No sigas gastando, por tanto, esos talentos que te concedió alguien superior porque, cuándo la diñes, te los pedirán multiplicados. En fin, tú veras.

Salud y anarquía.
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