16/07/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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Como a los demonios hay que nombrarlos antes de acabar con ellos, titulo esta columna con una de las palabras y acciones que más odio: la sumisión. El sometimiento de otros es una constante en la historia humana, tanto en la vida personal como en el trabajo y en las relaciones entre los países y las empresas.

El ansia de someter a otra persona tiene motivaciones de raíces retorcidas, pero siempre he pensado que mandan dos: la inseguridad y el egoísmo. En el caso del sometimiento a la mujer, hechos tan terribles como los de los Sanfermines, con varias violaciones y a saber cuántas agresiones sexuales, nos obligan a replantearnos qué ocurre en la cabeza de los tipos que hacen eso, cómo puede haber hombres que cosifiquen a una mujer hasta ese punto y utilicen la violencia y la fuerza de la manada para algo así. La cárcel, primero, y después, una vida triste y solitaria. Es lo que les deseo.

Estos hechos nos indican que aún hay mucho que hacer sobre la situación y valoración de las mujeres en nuestra sociedad. Y no cruzo fronteras, porque al otro lado de algunas es para echarse a llorar. «La libertad es la madre de la virtud», decía hace más de dos siglos Mary Wollstonecraft en Vindicación de los derechos de la mujer. Y continuaba: «si por su misma constitución las mujeres son esclavas y no se les permite respirar el aire vigoroso de la libertad, deben languidecer por siempre».

Esa es la clave: la libertad de elegir y de ser, ya que, como le decía ayer a una amiga: «uno sólo conserva lo que no se amarra», frase de una canción de Jorge Drexler que me parece un acierto. De ahí el lema ‘No es no’, que ha vuelto con fuerza estos días tras lo ocurrido en Pamplona, aunque parezca mentira que haya que poner en eslogan algo tan obvio, y que todavía haya hombres que estén tan sordos.
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