09/02/2020
 Actualizado a 09/02/2020
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A. tiene 86 años, desde su casa se ve la plaza de Fernando Miranda de Ponferrada. Lleva en el mismo hogar desde 1962. Entonces la plaza era de piso de tierra y había una gasolinera primitiva en la que repostaban los camiones y algunos coches. Había también un quiosco muy estrecho, que atendía un hombre flaco, al que le llevaban la comida desde el bar Olego; bar que fue de mi familia durante la república y los primeros años de la postguerra.

Entonces la plaza se llamaba del comandante Manso. Un falangista de Lugo que vino durante la contienda. Buena parte de las casas que conoció A. ya no existen. Solo la suya y otras tres más. Desde la ventana él también ve la estación, ahora tan poco concurrida, nada que ver como cuando todo el tráfico entre Galicia y el resto de España, pasaba por allí. A. disfrutaba viendo los andenes, con su tráfago de gentes y mercancías. Y cuando estaba ya en la cama, le gustaba escuchar la bocina de la locomotora.

Todo aquel mundo desapareció, y es lógico. A. piensa que la nostalgia no tiene mucho sentido. Pero a él le duele estar solo. Su mujer murió hace años, el matrimonio no tuvo hijos. Además, él no es berciano: vino a trabajar en la MSP desde Vizcaya. Tiene una hermana en Sestao, hace tiempo que no se ven: ella está impedida. Pero todo esto no es tristeza, para nada. A. es fuerte, sale cada mañana a caminar por la ciudad. Aunque llueva, aunque haga mucho frío. Sale, es una obligación. Y toma un café en el bar Veracruz, y habla con otros ancianos, ya no van quedando tantos de su grupo. Pero eso tampoco él lo ve con pena: es ley de vida. Nada más natural que morir. Bien lo sabe A. desde que hace unos ocho años le detectaron un cáncer con muy mala pinta. Pero él, que ya estaba viudo, lo superó: siempre creyó en eso.

No tiene miedo a la vida y no tiene miedo a la muerte. Pero le pesa la soledad, y eso que él siempre muy amigo de estar solo. Le encantaba quedarse en casa cuando su mujer se iba a pasar unos días con su familia a Monforte de Lemos. Ahora no es igual. Pero también sabe que la soledad es una parte de la vida. Y él está vivo. El otro día leyó en el periódico que el ayuntamiento de Ponferrada alerta de que muchos ancianos viven muy solos, y algunos desatendidos. Y es buena verdad, piensa A., aunque él se atiende solo, es disciplinado; hasta se plancha sus camisas y cocina bastante bien. Pero es buena verdad que estar solo duele, y que hay que seguir. La lectura le ayuda mucho; siempre fue un gran lector.
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