10/03/2022
 Actualizado a 10/03/2022
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Escribió Chaves Nogales que «tenemos el prejuicio de que las grandes catástrofes de los pueblos sólo son posibles en medio de un apocalíptico desorden. En nuestro tiempo las cosas suceden de una manera mucho más sencilla, con una simplicidad y una facilidad aterradora». Es un fragmento de ‘La agonía de Francia’ que bien podría ser ahora la agonía de Ucrania, o incluso de Europa si resulta incapaz de contener el desastre. Europa está en guerra ochenta años después y es también nuestra guerra. Cualquier otra opción es la hipocresía azul y amarilla en redes sociales.

La Europa de los derechos y libertades, la de las democracias y la cooperación exige nuestro sacrificio. El viejo continente de las esencias occidentales deja de ser un oasis sagrado de prosperidad para reivindicarse como el polvorín que siempre fue. La invasión rusa de Ucrania saltándose todos los tratados internacionales y mintiendo a la diplomacia es un puñetazo al alma europeo que surgió tras las guerras mundiales y prometió habitar solo la paz. La ambición imperialista de Putin es intolerable si queremos reconstruir la certidumbre que suponía Europa hasta hace dos semanas y que cimentaba nuestra forma de vida. «Las masas modernas lo soportan todo menos la incomodidad material, física», sentenciaba también Chaves Nogales.

Por suerte, y por el momento, nuestro sacrificio no es arrastrarse con lo puesto por los corredores humanitarios masacrados. No es aprender a disparar fusiles ni a soportar asedios. Nuestro sacrificio está en las gasolineras y los supermercados donde pone precios la guerra. El encarecimiento de la energía y las materias primas consecuencia de intentar la asfixia económica rusa es nuestra forma de combatir. Y no es baladí. El esfuerzo será titánico para las familias, terminal para las empresas ahogadas por la pandemia y agónico para los autónomos enterrados en facturas. Pero debemos resistir. Ser pacifista en tiempos de paz. Eso fue lo sencillo.

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