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Ríos de literatura

14/05/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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Acaba de aparecer un libro de viaje por el río Tuerto del poeta y escritor astorgano Abel Aparicio y está a punto de hacerlo una antología de textos sobre el Curueño coordinado por Ángel Fierro y éste que les está escribiendo y que recoge los de cuarenta autores. Los dos libros se vienen a sumar a la larga y generosa tradición literaria que tiene a los ríos leoneses como hilos conductores y de los que recuerdo ahora ‘Orillas del Órbigo’, del bañezano Antonio Colinas, ‘Los caminos del Esla’, de Juan Pedro Aparicio y José María Merino, o mi propio ‘El río del olvido’ sobre el Curueño (perdón por la segunda autocita, pero es inevitable, me temo, en esta materia).
Una provincia como León, que tiene más ríos que muchos países enteros y que en torno a ellos ha ido creando su historia, su economía y hasta su identidad, difícilmente podría escapar a la atención fluvial de sus escritores, que, por gracia o por desgracia para ella, da la casualidad de que son (somos) tantos como ríos. Pareciera que el agua y las letras se alimentaran y dieran vida mutuamente a la vista del gran número de libros y de artículos que sobre los ríos de nuestra memoria o de nuestra predilección hemos escrito los diferentes escritores leoneses. Que un río tan breve como el Curueño, apenas 47 kilómetros de cauce desde su nacimiento hasta su afluencia al Porma, haya merecido la atención de más de cuarenta autores, entre los que se cuentan algunos tan importantes como Camilo José Cela, Delibes o Benet y, por supuesto, los principales de los nacidos en la provincia leonesa, da la medida de la atracción que los ríos tienen para la literatura desde que los clásicos griegos se refirieran a ellos como la gran metáfora de la vida humana que en nuestro país glosó mejor que ningún otro autor el palentino Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…».
Pero la literatura, siendo importante, no basta por si sola para que los ríos sean respetados y sobrevivan en las mejores condiciones, ésas que en sus orígenes conocieron y que fueron perdiendo poco a poco por causa de la presión de la población, como los ribereños y los pescadores saben muy bien. De los ríos leoneses que uno conoció de niño ya apenas queda el recuerdo, ese recuerdo de truchas y presas limpias que eran las venas de una región también limpia y no esos cauces llenos de suciedad y sin vida en la que la mayoría de ellos se han convertido. Si la literatura sirve para recuperarlos bendita sea, pero me temo que hace falta algo más. Y ese algo más pasa por la concienciación de todos, desde las autoridades al último leonés, responsables de que muchos de nuestros ríos no reflejen ya el mundo que la literatura plasmó en sus textos.
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