04/07/2015
 Actualizado a 24/01/2019
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Casi siempre la lógica resulta ser un toro que reconocemos cuando pasa de largo. Somos toreros de barrera. Le otorgamos esa vitola –«normal», decimos–, una vez ha sucedido: no pretendan que la lógica sea prospectiva, es retrospectiva. De ahí que, aunque pocos lo previeron y menos lo previnieron, el referéndum griego se nos ofrezca como un producto depuradísimo de una tradición precisamente griega: la del silogismo. Y en todos los silogismos, su resultado, sea cual fuere, dejará en evidencia a los señores del dinero, que tanto se empeñan en agradar a los mercados, esos dioses persas, de regusto suntuoso y elitista, en perjuicio de los pueblos soberanos, esas viejas divinidades con rasgos humanos de los combatientes de Salamina.

Durante la última crisis económica hemos comprobado como se han aplicado con estricta disciplina unas normas financieras no sometidas al dictamen democrático, por gobiernos que, como el nuestro, fueron elegidos sin revelarlas y, por ende, con un programa político opuesto al que aplicaron finalmente. ¿Es eso legítimo? ¿Pueden defenderse con patrones democráticos los salvamentos de empresas y el hundimiento de un país, con raseros claramente desiguales para este último? La pregunta que se hace a los griegos no es si aceptan el plan de la troika, si quieren el euro o la dracma, si siguen en Europa o se van. Esa es la pregunta que los señores del dinero pretenden, pues no conciben (o no quieren evidenciar) la posibilidad de otro escenario. La pregunta que se les hace y que los griegos hábilmente nos trasladan es si queremos esta Europa, este euro, este sistema, o es posible otro. No es un referéndum, es un ultimátum.

Si Europa va a comportarse como un ente demócrata basado en una voluntad política, si las finanzas están al servicio del bienestar de sus ciudadanos. Si todo lo que nos han dicho de la construcción europea, de la política, de la historia que queremos es cierto, Grecia debería ser más Europa después de esa votación.
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