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¿Quién quiere matar monstruos por mí?

03/07/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Descubrí cuando era pequeño, en el libro con el que aprendí a leer porque lo había escrito mi tío y estaba protagonizado por mi padre, que el paisaje es memoria: «Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que sólo existe ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje». Cada cual conserva lugares a los que volver con la mente, cuando se lo recomienda el psicólogo (ahora llamado coach) o simplemente cuando se deja arrastrar por la melancolía (ahora probablemente llamada de otra manera que producirá ídem). A todos el tiempo nos han ido alejando de lugares que ya sólo existen en nuestra imaginación o en el cartel de vuelos cancelados de los aeropuertos.En León, por lo general, son ciudades y pueblos en los que un día la vida fue tan boyante y hoy resulta tan ruinosa que los relatos que los viejos cuentan a los jóvenes parecen adentrarse en el género de la ciencia ficción. En esta provincia se pueden poner demasiados ejemplos: desde Sabero a Veguellina, desde Fabero a Sahagún. En España, el mejor ejemplo es el de Venezuela, ese país que últimamente concentraba todos los males de la humanidad y que desapareció de los telediarios el pasado lunes, corriendo serio riesgo de desaparecer incluso de los mapas, como le ha pasado a Inglaterra. Dicen los emergentes que el discurso del miedo les ha hecho menos urgentes y, desde luego, también menos emergentes, pero no dicen nada del miedo que ellos mismos generan, con sus bandazos ideológicos y sus contradicciones en forma de ‘hoy llamo casposos a todos los votantes de Izquierda Unida y mañana les pido que me voten’. Y, de paso, que compren mi champú. Al final todos se lanzan a la conquista del diccionario, que es por donde empiezan las revoluciones y las crisis: resulta que ser emergente va a ser dominar el eufemismo, porque al votante con miedo a lo desconocido se le ha llamado siempre conservador. En España, un día cualquiera así como por ejemplo el domingo pasado, puedes encontrar al menos ocho millones de personas que tienen miedo a lo desconocido, incluso si lo desconocido es que les dejen de robar, una conclusión a la que muchos ya habían llegado antes de tanto soliloquio de cum laude en Ciencias Políticas y discurso de cuñado clarividente. Son precisamente las conclusiones que se puedan sacar de los resultados, más que lospropios resultados, lo que más miedo da: que algunos crean que van por el buen camino, que los jueces se sientan aliviados porque los votantes les han quitado la presión de luchar contra los corruptos, que otros piensen que no pueden ir a peor y, sobre todo, que todos ellos piensen que la culpade lo que pasa es del resto. Con tanto miedo en el ambiente, me dan ganas de meterme debajo de las mantas, quedarme en la cama con el libro con el que aprendí a leer, ahora que ya no siempre temo a las sombras y, si alguien quiere matar monstruos por mí, le puedo dar nombres y apellidos.
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