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09/04/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Está el periodismo así como para pedir que paren un momento, que yo me bajo. Ahora que vemos todos las mismas series, hacemos todos los mismos chistes y vestimos todos las mismas ropas, ahora que todos le contamos nuestros secretos a un teléfono que es mucho más listo que nosotros, también hemos empezado a publicar todos las mismas exclusivas, las mismas entrevistas y las mismas encuestas. Así, hemos creado un lector que por informarse entiende que le den la razón y, si no se la dan, ataca con rabia la escasa independencia de los medios, aunque no contempla la posibilidad de pagar por la información y no sabe exactamente lo que ha leído y mucho menos quién lo había escrito. En esta profesión se estila mucho lo de reñir a los que van a misa por culpa de los que no van. Tan mal está el periodismo que lo mejor que he leído esta semana lo firmaba el alcalde de León: una carta dirigida al president de la Generalitat quien, acostumbrado como está a apropiarse en general de todos los protagonismos, se había apropiado también el origen del Parlamentarismo. Tiene todo el derecho Antonio Silván a convertirse en columnista por un día, puesto que los columnistas jugamos demasiado a menudo a convertirnos en políticos sin tener ni puñetera idea de lo que decimos. Lo hizo, además, con argumentos cargados de razón, diciéndole a esa suerte de Buenafuente con flequillo y delirios de grandeza que la Historia no entiende de oportunismos y que las mentiras son mentiras tanto si las dices en Harvard como si las dices en Olot. Como es cierto que la historia no entiende de oportunismos, el siguiente paso puede ser que encuentren un Santo Grial junto a La Moreneta y tengamos que llamar a Iker Jiménez para que nos despeje la incógnita. Aunque su carta era sonriente, como no podía ser de otra manera, Silván aplicó grandes dosis de retranca, sobre todo al despedirse: «Hago mías sus palabras y le tiendo mi mano como español orgulloso de la historia verdadera de Cataluña y de cada rincón de España, esperando que, como catalán, se enorgullezca de los muchos y estrechos lazos que nos unen a todos como parte de una misma nación, España». Puigdemont se debió de retorcer en su silla cuando leyó este final y, si hubiera habido cámaras en ese momento, probablemente se tiraría al suelo fingiendo una agresión y haciendo la croqueta, al estilo Busquets. La carta de Silván se ha hecho viral, lo que ahora se entiende por éxito, de modo que no debería repetir, que es lo mejor que puede hacer uno cuando acierta... no le vaya a dar ahora a nuestro alcalde por enviar más cartas a los que no se han enterado de que el claustro de San Isidoro acogió las primeras Cortes, que por lo que parece son unos cuantos. Tras el reciente atentado de Londres, El País tituló en su portada «El terrorismo obliga a cerrar el primer Parlamento del mundo». Ante las protestas de los lectores leoneses, lejos de rectificar, el autodenominado periódico global abrió un debate con historiadores, algunos de los cuales no tenían reparos en llevarle la contraria a la mismísima Unesco, así que igual, sin comerlo ni beberlo, nos acaban quitando el título de cuna del parlamentarismo. Será mejor que lo discutan entre catalanes e ingleses, que nos lo dejen a todos claro antes de sus respectivas independencias y, sobre todo, que nos dejen de dar la vara, por favor.
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