Por suerte, nadie mira

25/10/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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Por suerte nadie mira. Sí miran para el espectáculo que están siguiendo pero no miran para el perro que uno de ellos lleva en su regazo. A nadie se le oculta que hace unos años despertaría miradas y comentarios, algunos fuera de lugar.

Por suerte nadie mira.

Tal vez le deba algo de esta normalidad a aquellos paseos que daba Noris, el de La Casa del Humo de Lois, por el pueblo, siempre acompañado de su perra Sola, hablando con ella, contándole la belleza de La Catedral de la Montaña o la sabiduría de aquellos creadores de la Cátedra de Latines. Anadie le extrañaba aquella conversación como a nadie le extrañó la enorme tristeza de Noris cuando Sola fue atropellada.

Tal vez le deba algo de esta normalidad a aquellos días de vinos de Tacho Getino con su perro Golfo, para el que pedía tapa y respeto.

Tal vez le deba algo de esta normalidad a aquella estampa habitual del Barrio Húmedo de la incombustible roja Lourdes Corrons, a la que le gusta afirmar que «ni puedo vivir con un paisano ni sin un perro». Que no se te ocurriera una palabra despectiva para el perro, te la jugabas.

Ellos y otros muchos en esta tierra han logrado que sea una estampa tan habitual como normal el buen paisano contemplando algún espectáculo. Otra cosa es que el perro quiera mirar, que ésa es otra historia.
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