02/04/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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En estos días donde los que mandan en la Junta de Castilla y León buscan un nuevo pedáneo hay que recurrir a las enseñanzas de los clásicos para que no nos salga malo, que de todo tenemos en los archivos.

Ya sé que para esta zona no sois muy partidarios de Mañueco, pero ya os conté que cuando Ramón llegó a segundo vocal de la Junta Vecinal de Getino, por defunción del titular, su mujer no pudo menos que exclamar: «¡Ay España España, en manos del mi Ramón!». Ycuentan los viejos del lugar (jóvenes no los hay) que después la desgracia no fue tal y en su reinado se aprobó la acometida de las aguas negras, la calda mantuvo la temperatura de las aguas blancas y hasta vino el obispo a confirmar, que fue cuando Ramón se sintió autoridad y como tal se vio en la necesidad de gritar: «¡¡¡Viva el Obispo de la Dieciséis!!!».

Como la gente le mirara mal quiso arreglarlo y se vino arriba: «¡¡¡Viva el Fundador de la Iglesia Católica!!!».

Y ya fue el obispo el que tuvo que rebajar el éxtasis: «No tanto, no tanto».

- No tanto, pero casi; argumentó Ramón ya con la mirada un poco torva.

Los pedáneos de los pueblos —los de Castilla y León no sé que al precio que tiene la gasolina casi no lo tengo viajado— son muy dados a la contundencia, «pijadas las justas» dice su escudo de armas y así el de mi pueblo, ante la falta de acuerdo a la hora de ver para dónde debían ir las vacas a pacer ordenó escribir al secretario: «A la vista de que cada cual hace lo que se le pone en los guevos, las vacas que vayan para donde les salga de los cojones». Ya sé que suena a contundente, pero cuando era pedáneo (le decían presidente) su padre asentaba confrecuencia en el libro de cuentas: «Por bajar a León y no hacer nada: 3.000 pesetas, más el autobús».

La cuentas claras, sí señor, ni caja B ni dios que lo fundó. Y a seguir, que después de 30 años argumentaba: «A mí me quitáis el concejo de agosto y tenéis presidente para toda la vida, pero cuando los veraneantes empiezan con que el pueblo huele a cucho... me enciendo».

Hombre, nadie es perfecto, pero la solución es dejar a los veraneantes para que reciban al obispo. Opino.
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