Pierre Menard, autor del Quijote

Bruno Marcos reflexiona sobre algunos aspectos de la exposición de Juan Cruz 'Catalogue: It will seem a dream' que puede verse actualmente en el Musac

Bruno Marcos
09/05/2017
 Actualizado a 19/09/2019
Vista de la exposición de Juan Cruz que actualmente puede visitarse en el centro de arte.
Vista de la exposición de Juan Cruz que actualmente puede visitarse en el centro de arte.
Uno de los cuentos más sorprendentes de Borges es aquel en el que un crítico literario hace la semblanza de un escritor llamado Pierre Menard que, en el siglo XX, escribió el ‘Quijote’, exactamente igual al original de Cervantes del siglo XVII. En realidad el narrador reconoce que sólo escribió los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte más un fragmento del capítulo veintidós, eso sí, letra a letra y coma a coma, asegurando que no se trataba de una copia.

Parece, en algunos momentos, el artista Juan Cruz, de quien vemos estos días una exposición en el Musac titulada ‘Catalogue: It will seem a dream’, afectado del mal de Menard explorando calladamente todos los detalles más invisibles de los relatos. Una serie de fotografías de unos pocos metros de caminos rurales, calles londinenses donde no pasa nada, imágenes que una voz en ‘off’ va comentando y diálogos triviales, son la mayoría de las cosas que encontramos en esta muestra.

Es como si este autor pusiera todo el cuidado del mundo en enviar mensajes al, casi seguro, fracaso o al menos al colapso, porque esos mensajes no son de primera mano, son mensajes cotidianos, usados, gastados, tan empobrecidos que apenas dejan huella, sólo un archivo de restos, pruebas periciales cuya reunión no arroja el relato de ningún crimen. No es de extrañar que Cruz se dedicara durante algún tiempo a recoger fotografías de avisos de derribos que las autoridades, en las ciudades británicas, ponen en los postes. Son datos forenses de que pasa algo, de que la ciudad cambia, fragmentos de un relato sin concluir que usa un lenguaje desprovisto de función estética, con una meramente informativa, pero colocados en sustitución de algo, de una imagen o de un hecho en el tiempo. Al fin y al cabo toda la historia del arte y la literatura es una sucesión de sustituciones, las cosas por sus imágenes o las cosas por sus símbolos. Lo que hace aparentemente críptico el trabajo de Cruz es que la estética se queda por el camino y el relato parece construido con los descartes, con lo que habitualmente dejábamos fuera, con las elipsis.

Trabaja con el aburrimiento, la repetición, la monotonía, la ausencia de anécdota, la introspección, afiliándose a la tradición más exasperante, como la de las películas de Warhol de ocho horas enfocando el rascacielos ‘Empire State Building’, o las seis de ‘Sleep’, en la que filma a John Giorno dormir.

Las piezas que dispone Cruz por la sala dan la sensación de venir de una inicial inquietud por trasladar al terreno de lo artístico algo que existió pero que se ha quedado por el camino. Sus obras muestran más la voluntad de dejar señal de la impotencia por recuperar ese algo que deseo de conseguirlo. Estuvo interesado, no en vano, en traducir ‘Niebla’ de Unamuno al inglés.

El artista insiste mucho en que la exposición, que arrancaba como una retrospectiva de su trabajo a lo largo de más de dos décadas, se monta en la sala como una obra única, es decir, una instalación sola, pero más bien es el relato de dicha empresa, una colección de intenciones. La sensación que da vista así, efectivamente, es la de contemplar los restos de algo, fragmentos de una experiencia premeditadamente trivial, como si el espesor de lo cotidiano se volviera muy denso en esa mudanza entre vida y representación. Quien haya estado en lugares que han sido escenarios de películas o tragedias habrá tenido una sensación parecida, un vacío desasosegante, un intento por rememorar lo que no se puede, guardando las grandísimas diferencias de escala, la Nueva York de las películas o la postcatastrófica de las torres gemelas, por ejemplo. Cruz se pone, en definitiva, del lado de la receptor como creador igual que Borges. Es el espectador el que ha de recomponer lo que ahí falta o desistir.

Borges asegura que el ‘Quijote’ de Cervantes y el de Menard son verdaderamente idénticos pero el segundo infinitamente más rico, porque han pasado muchas cosas entre uno y otro, entre ellas al propio ‘Quijote’. Pierre Menard, autor del ‘Quijote’, es en realidad el lector, el lector ideal en cuya imaginación la recreación del texto de Cervantes cobra un color mucho más vivo que en la obra, su mente lo escribe a medida que lo lee produciendo un ‘Quijote’ mucho mejor que el de Cervantes aun siendo exacto.
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