23/01/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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El recientemente desaparecido Z. Bauman nos habló del amor líquido como del «frágil vínculo que describe las relaciones interpersonales que se forman en la posmodernidad», y el cronista les habla de la patria líquida, que es aquella que no se corresponde con ningún territorio, con sus ríos y sus montañas y su paisanaje natural, sino con «unos cuántos paisajes y amigos» como opina Bryce Echenique.

Y así tenemos, entra otras, dos patrias, una interior (digámoslo así), y otra exterior. En la interior habitan al menos dos clases de sujetos: aquellos que no ven con malos ojos a quienes se fueron, y los que se molestan ante ciertas actitudes de aquellos al volver. Y en la exterior: los que vuelven sin alardes ni alharacas, y los que lo hacen en plan de aquí estoy yo. Claro que habrá otras patrias dentro de la patria líquida que nos acabamos de inventar, pero estamos en plan de simplificar.

El cronista, que lleva tiempo observado el fenómeno de desleimiento de la patria real, por así decir de la población de medio millón de almas provinciales leonesas, recuerda que en su Vidanes natal, con la primera llegada de los niños madrileños a veranear, impolutamente vestiditos ellos y empeñados en enseñarnos los juegos de moda en la capital, se producía el primer choque cuando los naturales les formulábamos la pregunta ritual: ¿Vosotros, cuando llegasteis, ya estabais aquí, o vinisteis después? A lo que ellos solían responder. Oye, chaval, aprieta el culo y da pedal.

Bien es verdad que por entonces, como aún no estábamos en la posmodernidad, el enfrentamiento duraba hasta que el macho alfa de la tribu, Manolo un suponer, proponía ir a saquear un nido de águilas que «él sabía» (porque los nidos se sabían) en el roblón de la Cota, y a la hora de la siesta aparecían las madrileñas y los madrileños con su atuendo de reglamento y dispuestos a participar. Era la concienciación de que el terruño le hacía a uno, a veces, ver en el horizonte lo que no había en realidad.

«Permanezco siempre en el mismo lugar, pero estoy de paso» (Piglia dixit). Un lema para incardinarse en esta patria líquida leonesa sin que los integrantes de ambos bandos logren enturbiar la convivencia de compatriotas del interior y del exterior. Más esos últimos 25.000 que la han tenido que abandonar.

«Allá arriba, en aquel alto, tengo un puchero de mocos; no se lo digáis a nadie, que ya os daré unos pocos» cantaba Manolo cuando regresábamos del monte con una docena de huevos de águila en el bolso de la falda de alguna madrileña de postín.
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