20/04/2022
 Actualizado a 20/04/2022
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No deja de resultar paradójico, a la vez que evidencia lo ayunos que estamos del verdadero sentido de la existencia, de los hilos que tejen y traman nuestras vidas, que en un mundo en el que la velocidad es seña de identidad, característica que define nuestro tiempo, quizás por ir tan rápido, no nos damos cuenta de que todo suceso se cocina a fuego lento.

Cuando sucede algo –una tormenta, una guerra, un beso–, aunque parezca repentino, fulminante «como un rayo que te deja clavado en mitad de un patio», a nada que tengamos la calma para sentarnos en un banco de un parque solitario, con la única compañía de las nuevas hojas, intuiremos que ese instante no es sólo ese ahora, que viene de antes, que desconocemos la chispa y el hilo de pólvora que lo ha hecho estallar, precisamente, ahora. No sabemos hasta dónde se remonta su comienzo, cuándo fue fecunadado –quizás mientras dormíamos– cuándo empezó a desplegarse.

Si seguimos sentados en ese mismo banco, de ese mismo parque solitario, sin que nos distraiga el canto de los pájaros, los pasos de un hombre con una pena dentro, tal vez podamos seguir el curso del río como salmones, contra la corriente. Salto a salto hacia atrás, «sumando acción con sonrisa, datos con fechas», comprender algunas causas que derivan de otras causas y éstas, a su vez, de otras, pero, no alcanzaremos a nado la otra orilla. Ni siquiera, los sabios han llegado al origen del universo, creen haber llegado al final, al principio: el Big Bang. Pero ¿y el instante antes?

Si me permiten contarles algo personal, yo no sé cuándo nacieron los corderos de cuya lana hilé los hilos para tramar mi nuevo libro, pero sí puedo decirles el momento exacto en que me encontré con su título. Lo tengo anotado en una libreta. Fue una tarde soleada, romana, la del 3 de junio del año 2015. Paseaba feliz, sin rumbo fijo, por placer. Me detuve en un puesto donde vendían libros viejos. Encontré un epistolario de Fernando Pessoa, traducido al italiano por Antonio Tabucchi. Lo compré y antes de llegar a casa, con página al azar abierta, di con él: «Y por esto el príncipe no reinó». Lo anoté. Supe que sería título, mucho antes de tener la historia, antes de escribirla. Lo acaba de publicar Sílex. Vayan corriendo a las librerías. Porque, pese a la apariencia de determinismo, en el cosmos existe una maravillosa contradicción: la libertad humana.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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