24/07/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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Con frecuencia nos quejamos de la proliferación excesiva y descontrolada de toda clase de normas que rigen, y por tanto constriñen, hasta los aspectos más triviales de nuestra actuación.

La multiplicación de Administraciones públicas con capacidad normativa, su voracidad recaudatoria –es casi imposible hacer nada sin tener que pagar una tasa o encontrarse en riesgo de sanción– y la utilización del Derecho no sólo como un medio de evitar el conflicto o de reprobar la conducta antisocial, sino también como una forma de alentar o provocar una determinada manera de ser y de pensar, hace que el mero hecho de salir de casa nos coloque en riesgo de infringir alguna norma que, en muchos casos, ni siquiera conocemos.

Hace bien poco uno podía fumar en los bares, conducir una moto sin casco, abrir una consulta médica o un despacho de abogado en su propia casa, vender bártulos en el rastro sin que le dijesen dónde, cómo y a qué precio, llevar el perro a la playa, diseñar a su antojo el retrete de su bar o fabricar orujo casero, y hoy todo ello es imposible o de extrema dificultad, y siempre por nuestro bien, pero por nuestro bien obligan también al propietario de un cine a proyectar la cuota correspondiente de películas españolas, tengan demanda o no.

Sin embargo, al margen de los afanes intervencionista y recaudatorio de los poderes públicos, hay otra causa que sólo es imputable a la sociedad: antes convivían con la norma jurídica otros dos ordenamientos, el de índole moral y el uso social, es decir la educación. Hoy, diluida la moral y casi desaparecida la educación, es necesario regular lo que antes se traía aprendido de casa.

El Ayuntamiento de Mojácar ha aprobado una ‘ordenanza de convivencia y ciudadanía’ de la que los medios se han hecho eco porque trata de prohibir determinadas actitudes y vestimentas de algunas despedidas de soltero que, en determinadas zonas y a determinadas horas, eran totalmente incompatibles con lo que los munícipes almerienses llaman el ‘turismo familiar’. Al margen de las despedidas de soltero más o menos grotescas, la ordenanza también prohíbe el uso de patinetes en la calzada, jugar con una pelota ‘a horas intempestivas’ e ir desnudo o sin camiseta por la vía pública, es decir, todo aquello que sería de sentido común para cualquiera que tuviera una noción del respeto y del decoro, pero que hoy, por lo visto, sólo puede lograrse imponiendo multas de hasta mil euros.

No hace falta decir que Somos Mojácar se opuso, y que el PSOE, en su afán de perder votos, les secundó.
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