Imagen Juan María García Campal

Oiré al ‘pájaro aguafiestas’

07/06/2017
 Actualizado a 12/09/2019
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La muerte del escritor Juan Goytisolo –por más que lo fuese y sea no le gustaría ser llamado «maestro»– nos ha dejado a muchos en aún mayor orfandad intelectual en este «mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre» que describió en su lúcido discurso –hoy tildado de indignado por su «digamos bien alto que podemos» (5 palabras); la cosa es reducir su pensamiento, su alegato de 1371 a golpe de anatema o bendición– leído al recoger el Premio Cervantes en 2014. Discurso en el que también nos enseñó a todos –en especial, a los amigos de la escritura que quisieran y aún pudieran escuchar– que «en términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción». Ya ven, hasta ante estos términos generales tan bien descritos en el segundo párrafo de su ‘A la llana y sin rodeos’, sería conveniente que cada cual tomase, frente al espejo, frente a uno mismo, posición, hasta mancharse, hasta salvarse, al menos, hasta no engañar ni engañarse. Hay tanto genio y nobel suelto en el, pretendido, mundillo –no leer como diminutivo, no lo es, y puede ser ‘panzerdivision’– literario. Se sabe de buena fuente, así lo cantan ellos mismos; con metáforas, obvio. Qué diferencia con la modestia que fue y es virtud de tanto grande de la literatura, del arte, de la vida. Viviendo y aprendiendo.

Queda su obra, claro está, como refugio de ausencia. Mas faltará su puntual, lúcida y disidente opinión sobre vario asunto. Hasta habrá que imprimir las existentes, no sea cosa que, vista la necia deriva a estribor del país, nos sean desterradas de aquí y allá. ¡País! Que no está la cosa como para fiarse uno de casi nadie, que te das la vuelta tras el ¡adiós! y llegas a casa –¡mi casa!– que no eres a sacarte adjetivos agraviosos de la espalda. Menos mal que, a estas alturas, ya no te agravia casi nada, que, de alguna boca y quien la porta, más vale injuria que otra cosa.

Más ahora –en esta España donde la parca amnistía– muerto el ‘pájaro aguafiestas’, el libre, comprometido e «incurable aprendiz de escribidor», prejuiciosos con su vida y obra y puros talibanes que lo denostaron por aceptar el Cervantes –todos a una– entonarán el consabido ditirambo. Yo volveré a su lección, a ver y oír su «Pájaro que ensucia su propio nido. El papel del escritor». ¡Salud!
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