03/12/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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A poco que se haya estado atento al panorama cultural se reconoce de inmediato que las pasadas décadas fueron pródigas en la proliferación de museos y la habilitación de monumentos para la visita pública. Quizás demasiado, pues a veces se envolvieron y se encubren con tales nombres operaciones de dudosa legitimidad y exiguo aporte cultural. Sin embargo, y dejando aparte la congruencia de plantear otra infraestructura cultural, atendiendo solamente a su oportunidad y viabilidad, llama la atención cierto vacío y flagrante desatención hacia una parte crucial del patrimonio leonés, tanto mueble como inmueble. Me refiero en este último caso al edificio Botines, sin duda el gran postergado –¿deliberadamente?– del acervo cultural ciudadano, olvido más llamativo aún si consideramos que la disposición (y explotación) de una arquitectura gaudiniana resulta a todas luces, y a escala planetaria, tan envidiable como exclusiva. Más en este caso, a la espera poco más que de abrir la puerta.

Y respecto al patrimonio mueble, viene a la cabeza de inmediato la colección artística del propietario del edificio citado, antigua Caja España, ahora no sé bien qué. El reciente éxito de la exposición de parte de la colección artística de una extinta caja no debería dejar de recordarnos que la antaño caja leonesa posee una si no tan afamada sí soberbia colección de pintura y escultura, de los dos pasados siglos en especial, fruto de una actividad longeva, no siempre bien dirigida (y digerida) pero de resultados contrastables y pendientes de verificar públicamente en toda su extensión.

La fluida alianza que ambos recursos culturales podrían producir –una colección y un edificio de entresiglos– daría lugar a uno de los museos más relevantes de la región y aún del país en su ámbito, recuperando patrimonialmente tan distinguida casa y enseres tan acordes en una conjunción redonda. En otra ciudad quizás debatieran cuándo y cómo; en otro lugar sería una gran ocasión. ¿Lo será aquí?
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