Mujeres para nuestra historia

La profesora y escultora Charo Acera rinde homenaje a la mujer creadora a través de la figura de la desaparecida artista y docente María Begoña Alvira Siero

Charo Acera Rojo
27/10/2016
 Actualizado a 11/09/2019
María Begoña Alvira con su marido y otros familiares en una exposición en Caja España en 1968.
María Begoña Alvira con su marido y otros familiares en una exposición en Caja España en 1968.
Hace unos meses comencé a leer sobre la vida y obra de mujeres que fueron capaces de propiciar el cambio del mundo femenino en las sociedades en que vivían y que, aun sus actos y hechos vinculantes, no aparecen en los libros de historia que conocemos, relato escrito desde el punto de vista de hombres en el que no tiene cabida casi ningún nombre de mujer.

Curiosamente, lo que yo consideraba un tema poco trabajado, aparece en los medios como un ejercicio de moda y "mujeres olvidadas" son estudiadas desde el Instituto Cervantes, investigación de la Prensa, asociaciones de mujeres, mujeres en el Arte, en la Política, en la Medicina, en la Investigación, etc. Todo está hecho con un gran esfuerzo para devolverles a ellas su lugar en los documentos que hacen la historia, aunque aún quedan muchos huecos, dentro de los libros de texto, donde compilar  la acción de la mujer en general.

De manera paralela, aparecen pequeñas historias de otras mujeres, no dedicadas a cambiar las cosas a gran escala, sino a modificarlas, a poco a poco, día a día, por ejemplo, en una ciudad de provincias.

Este ha sido el caso de María Begoña Alvira Siero (1947-2015) de quien, hoy, de la mano y narrados recuerdos de Begoña Casado Alvira, hija que permanentemente homenajea a su madre con el relato emocionado de su hacer, sobremanera, en su academia y en su pintar.

Begoña Alvira tenía una academia de manualidades y decoración en el centro de la ciudad de León y, durante más de una década, disfruta en ella el tiempo que le deja libre ese otro trabajo eterno que es la casa y la atención de los suyos. En su academia enseña y comparte con un grupo peculiar de mujeres maduras, jóvenes y niñas, lo que más le gustaba hacer, pintar, acaso, sin duda, su vocación artística.

Cuentan sus alumnas que, ese pequeño lugar, el taller, era un refugio, un paraíso para ellas, para ella, María Begoña.

Es esta la historia de un aula donde, cada tarde, se reunían mujeres a pintar y a hacer manualidades decorativas.

María Begoña Alvira Siero consigue en su academia generar un ambiente propicio y emocional, envuelto en docente paciencia y salpicado de cafés, tertulias. Allí, se habla de pintura, de colores, de nubes hechas con el dedo, de luz y sombra, de aguarrás y paleta de color; las alumnas narran, cuentan lo bien, a gusto, que allí se encontraban y lo mucho que les costaba levantarse y cumplir el horario, tener que cerrar la paleta y guardar todo para volver a casa.

Este lugar refugio de soledades y decepciones, tiempo y espacio propios, relleno de huecos de la vida, centro psicoterapéutico sin medicación, se hacía también paraíso donde el afecto, el cariño, el acogimiento, la amistad, se construía, sobre todo con la conversación entre mujeres, entre amigas y la escucha. Así, con la excusa de, por dos horas, pintar o trabajar con barro,  conseguían vivir, reír, olvidar, sentir. Así, bajo el manto de paciencia y templanza que extendía María Begoña para calmar, escuchar y sacar del alma la paz, a través de los pinceles, del aguarrás, o de la inmensa cantidad de colores de una paleta con muchas ganas de vivir, se cumplía también esa función tan importante que tantas mujeres utilizaron para superarse a sí mismos. El taller de María Begoña venía a ser para ellas su "cuarto propio".

No buscaban hacer arte, ese arte que plantea la Historia, o entender las teorías del conceptualismo del momento; ni siquiera hablar de ritmos, saturaciones o teoría del color. Sólo deseaban pintar, de la forma más real posible, con pincel fino, minuciosamente una imagen, sacada de una postal, de una fotografía o de un periódico, mientras a su través eran, se hacían, un poco más ellas cada día.

Aprendían a hacer cielos. Ella, María Begoña, la profesora, los bordaba; aprendían a hacer árboles, ella les daba el toque magistral; aprendían a hacer bodegones, ella les empujaba a buscar aún más el parecido de los colores o el encaje de cada objeto en su sitio. Pero, sobre todo, sonreía, escuchaba y estaba, todos los días, esperando la llegada de la hora de pintar, cada una con su grupo. Y así, pintaron al óleo y sobrevivieron a una, una no fácil etapa de la vida que, hoy, ahora, añoran y recuerdan, dado el vacío que la ausencia de su maestra, de su amiga María Begoña Alvira Siero les ha dejado a todas.

Ella, María Begoña, vive así, en las profundas, vivaces, raíces y floraciones de los recuerdos de sus alumnas, de sus amigas.

Ella, así, cambió la vida de muchas mujeres que, tan sólo, iban a pintar.
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