Movimientos antivacunas

"En la parte privilegiada del mundo muchos padres renuncian de manera voluntaria a la vacunación de sus hijos. El sinsentido es por tanto más que evidente"

Sofía Morán de Paz
21/05/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace ya algunas semanas, allá por el mes de enero, escribí aquí sobre La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, una apasionante y poco reconocida hazaña que ayudó, sin duda alguna, a la erradicación definitiva de la terrible viruela. Hoy quiero volver sobre este tema, a pesar de que esta vez la cosa no va a tener ni tantos héroes ni tanta proeza.

Que las vacunas suponen uno de los mayores éxitos de salud a nivel mundial es algo difícilmente cuestionable. La OMS estima que evitan entre dos y tres millones de muertes cada año. Y es por esto que las autoridades sanitarias internacionales siguen luchando para conseguir la ansiada inmunización universal, porque miles de niños de países desfavorecidos siguen muriendo por enfermedades prevenibles como el sarampión o la difteria.

Sin embargo, en la parte privilegiada del mundo muchos padres renuncian de manera voluntaria a la vacunación de sus hijos. El sinsentido es por tanto más que evidente.
Sarampión, tos ferina, rubeola… Enfermedades prácticamente inexistentes, convertidas muchas de ellas en rarezas del pasado, ahora están volviendo a ser un problema en los países ‘ricos’.

En EEUU el sarampión se erradicó en el año 2000, o eso creían, porque sólo entre 2013 y 2014 se registraron brotes con más de 600 casos.

También Europa en los últimos meses está viviendo una reaparición de brotes de sarampión. El principal foco se está viviendo en Rumanía, pero también se han visto afectados países como Italia, Francia, Alemania, España (44 casos confirmados en Barcelona) o Portugal, donde uno de los casos terminaba con la muerte de una niña de 17 años.

Vivimos ajenos a casi todo, obsesionados con el aceite de palma, las dietas antioxidantes y el boom de lo ecológico, pero las enfermedades ‘viejunas’, esas del pasado, ya no nos preocupan. No existen, no están, no las vemos. Y ese es el talón de aquiles que aprovechan los movimientos antivacunas para clavar el diente y ganar adeptos. Son ellos, en gran medida, los responsables de estas peligrosas epidemias. Promotores de la vida sana, el veganismo y las medicinas alternativas. Empecinados en asustar a los padres exagerando o inventando los efectos secundarios de la inmunización, y negando sistemáticamente sus ventajas.

Aunque en España este colectivo tiene una representación pequeña, en EEUU, Inglaterra y otros países europeos han ganado un peligroso terreno.

Concretamente en EEUU, además de la comunidad Amish, y otros colectivos con férreas convicciones religiosas que se oponen a la vacunación, cuentan también con una amplia comunidad antivacunas en la zona de los Ángeles y San Francisco, familias ricas y educadas, bien formadas, que practican estilos de vida pretendidamente naturalistas, y rechazan los productos de la industria farmacéutica. Todo muy cool.

Ya lo apuntaba J.M. Mulet en su libro Medicina sin engaños: «en algunos barrios de California la tasa de vacunación está al nivel de Sudán del Sur».

Pero es que quienes deciden no vacunar a sus hijos frente a enfermedades infecciosas, no sólo arriesgan la salud de los suyos, sino también la de otros niños. Recuerden que hay niños que no pueden ser vacunados (por alergias, enfermedades crónicas), bebés desprotegidos hasta que reciben la vacuna, y adultos que no recibieron inmunización en su momento. Y ellos, todos ellos, dependen de la inmunidad de los demás para su protección.

En España, como en casi todo el mundo, la legislación no nos obliga a vacunar a nuestros hijos, la inmunización puede rechazarse por motivos de conciencia, religión u otras creencias.

Pero díganme, ¿debe prevalecer el derecho de los padres a decidir, o el derecho de los niños a conservar su salud?

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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